
Elsa tiene 15 años y es lesbiana. Estudia 4º de ESO en un centro concertado de una ciudad del sur de la Comunidad de Madrid y desde los 10 se reconoce como parte del colectivo LGTBIQ+. “Empecé a contárselo a muy poquita gente y enseguida algunos empezaron a meter bulla, a hacer bromas. Un día salté y les dije: ‘Sí, soy lesbiana ¿y qué?”, detalla. Cuando se visibilizó se sintió “atacada y cuestionada”: “Siempre tienes que estar demostrando que tu orientación sexual no tiene nada que ver con tu valor como persona. Es una lucha constante. Hay gente que intenta hacerte sentir de menos, pero en mi familia y en mi círculo siempre me han apoyado mucho”. La lgtbifobia en las aulas produce que “el alumnado sienta aislamiento, inseguridad y soledad”, explica Paula Iglesias, psicóloga y presidenta de la Federación Estatal LGTBI+ (Felgtbi+). Y los centros educativos son, tras la calle, el segundo espacio donde se produce odio contra las personas LGTBIQ+, concentrando más de un 15% de los incidentes. Es en Secundaria cuando más se expresa ese odio: más de la mitad (53,8%) de los estudiantes LGTBI+ de este tramo afirma haber sufrido un incidente de odio en su instituto, constata la investigación Radiografía de la educación en la diversidad LGTBI+, elaborado por la Federación Estatal LGTBI+ (Felgtbi+) en colaboración con la Universidad de Salamanca. Para Elsa, este acoso suele provenir de personas que “hablan por hablar sin estar bien informadas”. Cree que les interesa cuestionar a otros compañeros para intentar sentirse superiores. “En la mayoría de casos, los ataques los inician los fifes [en referencia a chicos con dejes machistas y que toma su nombre de la saga de videojuegos de fútbol Fifa] y a veces los siguen las fifas, esas chicas pendientes todo el rato de lo que dicen los chicos, pero mucho menos”, resume. En el centro educativo de Elsa hay más estudiantes visibles como ella: “Cinco o seis que también lo dicen”. Pero no todos se ven capaces de hacerlo: solo uno de cada cuatro alumnos (el 25%) se visibiliza en sus centros, concluye el informe mencionado. Para la presidenta de la Felgtbi+ eso ocurre porque “no encuentran el apoyo suficiente en el centro; las instituciones educativas no responden de manera adecuada”. Machitos acosadoresMarcos tiene 17 años y estudia 2º de Bachillerato en un instituto público en el este de la ciudad de Madrid. Se visibilizó como homosexual en 1º de ESO, pero no de manera voluntaria. “Nunca lo había nombrado explícitamente, aunque parecía que estaba bastante asumido porque desde la época del colegio ya recibía acoso”, relata. “Entonces, no era capaz de entender ni de relacionar por qué me hacían eso a mí. Luego me di cuenta de que era porque no encajaba en la norma”. El hostigamiento que recibía se expresaba a través de mofas, empujones y también ciberacoso, pues al salir de clase recibía odio a través de mensajes por redes sociales que en su punto álgido llegaban “cada cinco minutos”. “Sentía miedo, humillación y también decepción. Mis acosadores eran gente con la que había compartido muchos años de mi vida y no podía entender por qué se comportaban así conmigo. Por qué los que habían sido mis amigos de la infancia, de repente, me insultaban y me machacaban… No sabía qué hacer ni cómo pedir ayuda”, explica. Al final, Marcos le contó lo que estaba sufriendo a algunas amigas: “Ellas hablaron con los profesores, que a su vez lo comunicaron a mi familia. Les agradezco mucho que tomaran cartas en el asunto y que me hicieran ver que mis acosadores no eran mis amigos”. Esa complicada situación se mantuvo hasta 3º de ESO. Luego paró. El joven considera que es en Secundaria cuando se recrudecen la mayoría de situaciones de acoso y que son especialmente duras para los chicos gais e incluso para los abiertamente bisexuales. “Tengo muchos amigos que han vivido historias similares. Al final, desgraciadamente, es algo bastante generalizado”, añade. Para este reportaje, otros cuatro estudiantes gais de Secundaria finalmente han preferido que no se publicase su historia. Todos habían sufrido homofobia en sus centros educativos. Justamente en esa edad, en torno a la pubertad, es cuando se incrustan en las personas los roles de género. “Muchos chicos quieren ensalzar su masculinidad al ver cómo evoluciona su identidad. He visto varios casos de machitos acosadores que en cursos posteriores han acabado reconociéndose como gais. Canalizan su ira y frustración en esa masculinidad tóxica”, afirma Marcos. “Que un adolescente interprete el acoso como algo inevitable por su identidad me parece tristísimo, nadie debería crecer así”, critica el escritor Nando López. Entre sus novelas hay muchas protagonizadas por jóvenes ―una de las últimas es Teníamos 15 años (Loqueleo) y el mes que viene publica Pequeña historia de la literatura española (Planeta)― por lo que acude regularmente a impartir charlas a centros educativos. López, que antes de dedicarse plenamente a la escritura ejerció como docente en un instituto público en Madrid, lamenta que en los patios se vuelven a oír comentarios e insultos lgtbifóbicos que parecían superados. “La intensificación del bullying no es casual: cómo no va a haber más acoso cuando tenemos políticos, medios de comunicación, influencers y toda clase de altavoces públicos cuestionando los derechos LGTBIQ+. Los centros educativos son una representación de la sociedad, donde conviven alumnado, docentes, personal no docente y familias. Es inevitable que ese discurso permee y afecte a la convivencia”. Morgan es un chico trans que acaba de cumplir 15 años. Estudia 4º de ESO en un instituto público del centro de la capital y se visibilizó como trans al llegar al instituto. “En Primaria no me conocían por mi nombre”, apunta el joven que estudió ese ciclo en un centro concertado. “He tenido un compañero de mi edad muy homofóbico, siempre diciendo que si algo es ‘una mariconada’ o ‘gay el último’… Luego hay otros chicos que le siguen el juego. En general, son comentarios que vienen más de los chicos que de las chicas”, destaca. En general, en su instituto no ha experimentado problemas y se relaciona con un pequeño círculo de amigos. “No tengo muchas amistades, no estoy en ningún grupo, pero tengo mi mejor amiga y luego amigues que van a otros centros con los que quedo fuera del instituto”, explica el joven, que afirma encontrarse bien y sentirse cómodo. “Hay mucha gente tiene interiorizado que formar parte de la comunidad LGTBIQ+ no es un insulto, pero otros lo utilizan de manera despectiva. No me parece bien porque no todo lo que nos define es eso”, dice. Cuenta que aprovechó el cambio de ciclo porque así “no había que explicar nada”. “Lo hice al tercer día de clase. Todo fue muy rápido, muy bien encajado”. Sus compañeros empezaron a dirigirse a él en masculino y sus profesores le cambiaron el nombre en las listas. Según la Radiografía de la educación en la diversidad LGTBI+, los estudiantes del colectivo confían principalmente en sus compañeros (36%) seguido de los docentes (20%). Un 27% afirma no haber podido confiar en nadie durante su etapa estudiantil. “Ayuda mucho que haya diversidad en el profesorado, que haya referentes”, remarca Marcos. “Llevo toda mi vida en la educación pública y siempre me he sentido arropado por mis profesores, sobre todo cuando tuve problemas. He tenido algunos docentes que eran abiertamente parte del colectivo”, continúa. A lo largo de su etapa formativa, por el centro de Elsa han pasado al menos dos docentes lgtbifóbicos. “No solo hay compañeros, sino también profesores que son ofensivos y te hacen sentir mal”, lamenta, “por suerte a mí no me han dado clase”. Sin embargo, uno de ellos sí que le ha tocado a otra compañera, lesbiana como ella, que está cursando 1º de ESO y que ha compartido con Elsa sus inquietudes. “Este profesor tiene pensamientos homófobos y los expande. Hemos hablado con el tutor, pero el centro no ha hecho nada mientras ese señor sigue promoviendo un discurso de odio”, denuncia la joven, “anteriormente, tuvimos un profesor de religión con el mismo problema y sí que se tomaron medidas”. “La adolescencia LGTBIQ+ es cada día más visible y consciente de sus derechos, de modo que denuncia el acoso cuando se produce”, apunta el escritor Nando López. Por su parte, Elsa insiste en su crítica ante los docentes lgtbifóbicos: “No se puede ofender a los alumnos ni hacerlos sentir mal, incómodos. Los centros deberían reflexionar sobre esto”. El teléfono 028 atiende a las víctimas de lgtbifobia las 24 horas del día, todos los días del año. También conocido como teléfono Arcoíris, es un servicio de información y atención a víctimas de delitos de odio y de discriminación anónimo, gratuito, confidencial y accesible. Además, se puede contactar por correo electrónico (028-online@igualdad.gob.es) o conectar a través de un chat online.
 
			Estudiantes ante la lgtbifobia en los centros educativos: “Hay compañeros y también profesores que te hacen sentir mal” | Educación
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