El estado de las viejas pinturas no parece tan grave vistas desde el suelo de la sala 16 del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), pese al desconcierto de ese efecto de negativo fotográfico que dejaron las llamas que en 1936 quemaron la sala capitular del Monasterio de Sijena y que, además de abrasar el tejado, arrasaron la nobleza cromática de sus murales. Pero las imágenes tomadas desde la cercanía sí exponen claramente su debilidad: fisuras, microeccemas y desconchamientos, además de desprendimientos ya consumados que han dejado al descubierto las capas anteriores. Los técnicos del museo han reconocido unos 700 de esos puntos críticos, en información remitida al juzgado, sobre los 130 metros cuadrados de los frescos del siglo XII desde que en junio pasado empezaron a pasar inventario a raíz de la sentencia del Tribunal Supremo que obligaba a devolverlos a Aragón.Diferentes informes que han analizado las pinturas han alertado del riesgo de mover la joya del románico aragonés ante la delicadeza de su estado. Una persona que conoce bien los murales, y que como otras dos técnicas atiende a EL PAÍS bajo la condición de anonimato, es muy gráfica al describir los posibles efectos de moverlos: “Quienes asuman el trabajo se pueden encontrar con una lluvia de pintura”. Su opinión choca con la ofrecida por el Gobierno aragonés, que hace una semana defendía que el traslado se puede efectuar “sin riesgos extraordinarios”, que “el estado de las pinturas es muy estable, muy similar al de las pinturas originales” y que “los lienzos sobre los que se encuentran colocadas no representan riesgos significativos para su traslado”, según defendió su director general de Cultura, Pedro Olloqui. Un informe del Centro Internacional de Estudios de Conservación y Restauración de los Bienes Culturales (Iccrom) recomienda, sin embargo, “una evaluación exhaustiva” antes de cualquier reubicación y advierte: “Las pinturas son vulnerables a un mayor deterioro, en particular en caso de cambios ambientales o perturbaciones físicas (golpes, vibraciones).”El MNAC todavía no da su brazo a torcer y aboga por no trasladarlos, pero un auto de la jueza encargada de ejecutar la sentencia señalaba la pasada semana su intención de dar “cumplimiento efectivo” al fallo. El pesimismo se ha instalado entre el reducido colectivo dedicado a la conservación patrimonial en Cataluña. Dan por hecho el daño irreparable en una estructura que combina los vestigios de las pinturas originales, en realidad una fina capa de entre 0,3 y 0,5 milímetros, con la recreación en los trozos que no pudieron ser salvados que hicieron los hermanos Gudiol para hacer la obra inteligible a ojos de los profanos. En unas jornadas sobre el litigio de Sijena, un técnico del Centro de Restauración de Bienes Muebles de Cataluña, Pere Rovira, advirtió de que el traslado podría suponer hasta un 20% de pérdidas en la obra. Nadie más se ha atrevido hasta ahora a hacer un balance de daños similar. Todos los informes técnicos conocidos hasta ahora, no obstante, advierten de que es necesario efectuar un análisis pormenorizado de riesgos antes de proceder con el traslado de ese Bien de Interés Cultural, mayor grado de protección del Ministerio de Cultura, que no ha elaborado ningún estudio propio sobre la conveniencia o no de ejecutar la sentencia.Ni el Gobierno aragonés ni el MNAC, responsable de los trabajos, han explicado cómo se procederá al desmontaje de la obra. Olloqui anunció que su equipo plantea el traslado a Aragón desmenuzándola en 72 piezas, la mayor de algo más de tres metros de largo. Es el número de plafones que surgió de la reconstrucción de los agresivos arranques de pintura que se efectuaron en plena Guerra Civil con la técnica del strappo. Entre los años 40 y 50 se colocaron sobre los plafones actuales, a la vez que se redibujaban las partes que faltaban, y en 1995 se instalaron de forma definitiva en la sala 16 del museo donde hoy se exhiben. Esa fragmentación, sin embargo, no es tan sencilla. Cada cara es un puzzle que, en el caso de los cinco arcos, es un triple puzle compuesto por dos dovelas y el intradós. Cuando los técnicos se tengan que poner a desmontar los murales tendrán que afrontar el corte de unas cuarenta zonas fronterizas rellenas de estuco que unen los diferentes plafones y las caras de las dovelas con los intradoses. Como todo en una obra delicada, tendrán que asumir el trabajo a bisturí, probablemente con hoja nueva en cada segmento, y con la cautela de que el corte no rasgue también las centenarias y frágiles telas donde descansa la pintura. Hay en esa primera operación dos riesgos. Uno, desconocido: si el estuco a retirar está montado sobre pintura original y, si es así, si en su desprendimiento arrastrará a esta. Otro, que facilitan las imágenes realizadas: zonas que se tendrán que seccionar donde la pintura, abombada, se ha desenganchado de la tela y, por tanto, una vez cortada quedará en volandas. Una vez realizados esos cortes, se tendrán que aflojar los pernos existentes en su parte posterior. Y se acometerá la que quizás sea la otra tarea más delicada: los clavos de soporte al bastidor. La mayor parte de ellos están escondidos tras la pintura, por lo que en muchos casos deberán ser detectados con imanes. Ante la imposibilidad de extraerlos por la cara pictórica, tendrán que ser serrados por la parte posterior. Algunas fuentes consultadas hablan de más de 5.000 puntas. Lo mismo sucede con unas barras que unen por detrás las parejas de dovelas, que deberán pasar también por el serrucho. Ese trabajo mecánico provocará vibraciones y un estrés complementario a la obra, tensiones que se volverán a repetir cuando de forma definitiva se separe un plafón de los que haya a su alrededor. Dado el riesgo de precipitación de pintura por las vibraciones, antes de iniciar los trabajos será necesario consolidar mediante tiras de protección esos 700 puntos que se consideran más críticos, puntos débiles de los que dejó detalle en un vídeo la experta Simona Sajeva. Explican los expertos que el cóctel que forman las pinturas (encima de las maderas hay una pasta de harina, sobre la que descansan las dos bastas telas utilizadas en los años 40, más una capa de caseinato, las pinturas originales y los restos de colas utilizados para el strappo y una cera protectora posterior) complica la elección de la cola soluble que se tiene que utilizar para enganchar las tiras de protección por sus posibles efectos secundarios. Las agrietadas recreaciones con yeso de Gudiol (un 35% de la obra), por su alta capacidad para absorber humedad, todavía ponen más difícil esa elección, que se tendrá que realizar pensando en el largo plazo. Los tres especialistas consultados explican que los técnicos que asuman esos trabajos se enfrentan a un saco de incógnitas: una vez en el elevador o en el taller aparecerán problemas imprevistos. No hay referencias anteriores de las que tomar ejemplo. Ninguna otra obra de las dimensiones de las pinturas de Sijena se ha trasladado y ninguna con las condiciones físicas y químicas en que las llamas dejaron esa amalgama de 800 años de vida, que reacciona de forma agresiva a los cambios ambientales, de temperatura pero sobre todo de humedad. En los informes remitidos al juez, el MNAC consideraba necesarias 29 semanas para todos esos trabajos (en total se prevé un calendario de 18 meses que comprenden otras tareas de diagnóstico y de licitaciones). También es una incógnita si esos plazos son posibles, aunque Aragón considera que todos los trabajos pueden estar listos en siete meses. “Todo esto es una fantasía”, resume, incrédula, una de las fuentes consultadas sobre los trabajos de desmontaje. La salida de cada paquete del MNAC deberá contar con un detallado informe del estado de cada pieza firmado por un responsable del museo catalán y otro del Gobierno aragonés, que volverán a analizar el contenido a la llegada a su destino tras 230 kilómetros de camión. Y luego rehacer lo deshecho: volverlo a montar tal cual. Si las condiciones lo permiten.
Desmontar los murales de Sijena: cirugía de alto riesgo en pinturas de 800 años | Cultura
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