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México, entre la confusión y la mediocridad | Opinión

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Trabajadores del Poder Judicial se manifiestan en el Ángel de la Independencia en Ciudad de México, en agosto de 2024.Hector GuerreroUno de los rasgos más preocupantes de la conversación pública (si puede llamarse así) de estos días es el extravío acerca de la forma en que México afrontará algunos de sus problemas más complejos, no solo para sobrevivir en la delicada coyuntura internacional, sino, mucho más importante aún, para intentar superar sus persistentes taras estructurales y perfilar el tipo de país que pueda ser en las próximas décadas. Por consecuencia, lo inteligente sería, como propuso Ortega y Gasset al lanzar la Revista de Occidente un siglo atrás, entender que los tiempos que vienen demandan ante todo “claridad, claridad”.Lo que ahora se ve, sin embargo, es la testaruda inclinación (derivada de la pereza mental y la coba diligente) de buena parte de los analistas, medios y actores políticos a estancarse en los horrores o los humores del día -llámese Trump, desapariciones, ranchos de exterminio, corrupción, ocurrencias, sueños guajiros y un largo etcétera- por su incapacidad para explorar, identificar y comprender las cosas de manera más incisiva y sofisticada. Desde luego que la mayor parte de estas importa, son reales y tienen un origen, pero la ciencia ha demostrado que la primera condición para curar una enfermedad es hacer un diagnóstico correcto, sin el cual todo lo demás es nadar en el éter. Y allí es donde el país está atorado y hay que elevar el nivel de la conversación.Pongamos la foto de la siguiente manera: las interrogantes clave no residen en la complacencia hacia al gobierno, la encuesta telefónica para ver “quién es la más bonita”, la palmada de la Casa Blanca en el hombro de la vecina, la aspiración de ser potencia o la quimera de convertirse en actor geopolítico relevante, algo que no sucederá a corto ni a mediano plazo.El nombre del juego es otro y se llama claridad. Claridad en la definición de objetivos; en los resultados concretos, tangibles y medibles que se quieran, y en las políticas para alcanzarlos. Es decir, cómo crecer a una tasa elevada que mejore el ingreso de los mexicanos; cómo incrementar sus niveles de competitividad y productividad; cómo ampliar las oportunidades de inclusión y equidad sostenidas, y cómo robustecer la economía desde el punto de vista de su complejidad y diversificación, entre otras variables principales.Pero en lugar de hoja de ruta lo que se advierte es un campo minado.La primera trampa es que sistemáticamente se ha venido destruyendo eso que se llama Estado de derecho, condición sine qua non para otorgar seguridad jurídica a todos, incluidos los agentes económicos, lo que se verá agravado cuando entre en funcionamiento el “nuevo” poder judicial en el ámbito federal y en el fuero común.Tan solo hasta 2023 el propio gobierno federal calculaba haber ejecutado más de 500 expropiaciones de tierras para hacer sus elefantes blancos lesionando a numerosas empresas nacionales y extranjeras, una conducta imitada por diversos gobiernos estatales en una descarada exhibición de abuso y arbitrariedad, que deja al particular en claro estado de indefensión. Lo mismo ha sucedido con la disposición discrecional de los recursos de fondos de estabilización y de pensiones o de los fideicomisos, para paliar la agonía de las finanzas públicas, y en ese trayecto no es improbable que el gobierno tenga en la mira eliminar concesiones, entre ellas las de medios electrónicos de comunicación no gratos.Sin embargo, en lugar de establecer reglas completamente claras, concretas y transparentes en todo el marco normativo para la inversión privada, el así llamado Plan México omitió graciosamente cualquier acción seria para garantizar de manera plena y funcional el Estado de derecho.El segundo obstáculo puede ser formulado así: la economía mexicana se ha transformado gracias a las oportunidades creadas por el tratado de libre comercio con EE UU y Canadá y con otros más que cambiaron para bien la fisonomía industrial y manufacturera. De acuerdo con el Harvard Growth Lab’s México ocupa la posición 22 entre las economías más complejas y 52 entre las más ricas per cápita de las 145 estudiadas, pero el crecimiento medio del PIB per cápita ha sido del 0 por ciento en los últimos cinco años, sobre todo por la ineficiencia de la inversión y la mala calidad del gasto público.Todas las variables sugieren (empleo inversión, consumo) que México vivirá otro sexenio perdido y el mejor de los supuestos seria evitar una recesión, lo que se ve muy difícil. En cualquier caso, sus proyecciones de crecimiento lo situarán en la mitad inferior de los países a nivel mundial, y lejos del 4 por ciento registrado entre 1988 y 2000. Para revertir ese panorama no servirán de mucho la aprobación en las encuestas, ni el frijolito del bienestar o las estufas de leña, ni las dádivas gubernamentales.El tercer escollo deriva de que si México quiere salir de la trampa de la mediocridad necesita, entre otros motores, una economía más productiva e innovadora, y una formación, atracción y retención de talento de gran calidad. Nada de eso se está generando.En los últimos 33 años, la productividad total de los factores (mano de obra, capital, bienes intermedios, tecnología), herramienta muy relevante para entender los patrones de crecimiento en 78 grupos de actividad económica, ha sido positiva solo en nueve años; esto arroja un promedio negativo de -0.51 por ciento durante ese largo período. Seamos sensatos y racionales: ¿cómo aspira el gobierno a que crezca una economía que es crónicamente improductiva?Más aún: de los factores que contribuyen a la productividad, el de peor desempeño en ese lapso ha sido el laboral, y si se desagrega por nivel de escolaridad, la aportación del capital humano que tiene educación superior y posgrado ha sido de 0 puntos porcentuales (sí, leyó bien: cero). ¿Debajo de qué piedras supone el gobierno que va a sacar, como aspira y suspira, 150.000 profesionistas y técnicos anuales bien alineados a sectores estratégicos, si hay un tremendo desequilibrio entre la oferta del egreso escolar y la demanda de las empresas? No es cuestión de cantidad, sino de calidad, selectividad y foco. El talento no se fabrica por decreto.Para empezar, se estima que cada año egresan unos 450.000 jóvenes de técnico superior, licenciatura y posgrado, de los que más de 55% proviene de carreras tradicionales (derecho, contaduría, administración, humanidades, ciencias sociales, etc.) que pretenden insertarse al mercado laboral; ese promedio en países de la zona OCDE por ejemplo es nada más de 25%. Después, hay enormes brechas de habilidades y competencias entre ese egreso y el perfil de lo que buscan las empresas, lo cual explica que 49,2% de los desempleados (INEGI, ENOE, 4T/2024) tiene educación media superior y superior. Y por último, lógicamente, en el primer trimestre de 2025 las encuestas de Manpower muestran que más del 70% de las empresas en México, sobre todo medianas y grandes, reportan escasez de talento en siete sectores específicos: transporte, logística y automotriz; tecnologías de la información; finanzas; energía; consumo; ciencias de la salud y manufactura. Esto es, hay vacantes, pero no encuentran el tipo de talento deseado para contratar.No hace falta demasiada imaginación para calibrar que tales las distorsiones provocan que la atracción de talento especializado se vuelva más cara ante la escasez de oferta en ramas o sectores específicos. De hecho, como apunta Fernando Reimers, la pregunta inteligente ahora no sería “qué graduados necesita el mercado para satisfacer las necesidades actuales, sino más bien qué industrias y puestos de trabajo podríamos crear si tuviéramos el talento adecuado”. Desde luego, para desentrañar este acertijo (y otros) el gobierno no parece tener la menor idea.En conclusión, todo ese campo minado no se le puede atribuir a la pandilla de la Casa Blanca; tampoco se corregirá con simulación, incompetencia o buenas intenciones, ni habrá claridad con la abundante confusión. Lo recordó hace poco Siri Hustvedt en estas páginas: “No hay nada que confunda tanto a la gente como la falta de claridad o de rumbo”, escribió Goebbels. México necesita con urgencia claridad y un liderazgo inteligente, capaz y realista para impedir que la mediocridad se convierta en el orden natural de las cosas.


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