Estaba recién estrenado el nuevo milenio cuando dieron la vuelta al mundo unas imágenes de la actriz Winona Ryder robando ropa en unos grandes almacenes. Era una de las estrellas del momento en Hollywood y ese episodio —y el juicio posterior— acaparó portadas en todo el globo. No se hablaba de otra cosa. La condenaron a pagar una multa, a servicios comunitarios y a asistir a terapia para tratar una supuesta cleptomanía. Ella nunca confirmó este trastorno, simplemente calló y desapareció un tiempo. Solo años más tarde reveló que, cuando ocurrieron los hechos, estaba tomando unas pastillas para el dolor que la habían dejado en un estado de “confusión”. No aclaró mucho más, pero su caso sirvió, con más o menos acierto, para poner sobre la mesa la cleptomanía, un complejo trastorno psicológico muy poco estudiado en la comunidad científica.Médicos y psicólogos lo describen como un impulso irrefrenable de robar. Una conducta imperiosa, inevitable. No es un robo para enriquecerse o disfrutar de lo sustraído. A veces son cosas sin valor ni interés para quien se lo lleva. Lo que suele motivar esos actos es una búsqueda de placer, satisfacción o alivio al cometerlos, seguido de culpa y un profundo malestar emocional. Explica Lucero Munguía, psicóloga e investigadora en el grupo de Psiconeurobiología de los trastornos de la conducta del Idibell de Barcelona, que se trata de un comportamiento egodistónico. Esto es, una conducta contraria a los valores de la propia persona que la practica. “Antes del robo, la persona siente tensión emocional muy fuerte y se siente con la obligación de realizar el acto para poder calmar y aliviar esa tensión. Pero es una espiral: al momento, le alivia y se genera una calma, pero posteriormente tiene muchos sentimientos de culpa y vergüenza. Genera mucho malestar porque se vive esa conducta como algo muy negativo, en contra de sus valores personales y sociales”. La investigadora acaba de liderar un estudio para caracterizar con más precisión este trastorno, que tiene un diagnóstico complejo y un abordaje terapéutico limitado.Más informaciónActualmente, la cleptomanía se engloba dentro del paraguas de los trastornos por control de impulsos, donde también está, por ejemplo, la piromanía o la tricotilomanía (caracterizado por conductas irresistibles de arrancarse el pelo). “Es una dificultad para controlar una acción que, aunque sepamos que genera unas consecuencias negativas, no podemos resistir el impulso”, incide la investigadora. En su estudio, publicado en la revista Scientific Reports, Munguía y sus colegas explican que la prevalencia de la cleptomanía baila entre el 0,3% y el 2,6% de la población, aunque se hipotetiza con la idea de que está infradiagnosticada, precisamente por el peso del estigma, la culpa y la vergüenza que generan estos comportamientos. También se ha visto que es más frecuente en mujeres: tres de cada cuatro diagnósticos.Las causas detrás de la cleptomanía son múltiples, señalan los expertos. A nivel neurobiológico, Luis Giménez, miembro del comité ejecutivo de la Sociedad Española de Psiquiatría, señala al neurotransmisor más estudiado en este tipo de cuadros: la serotonina, que se suele encargar de frenar la impulsividad. “La cleptomanía es multifactorial. Hay una parte biológica, donde influirán marcadores genéticos o ese déficit serotoninérgico, pero también hay una parte psicológica, pues suelen ser personas que tienden a la impulsividad. Por eso recurrimos a fármacos serotoninérgicos y también a antiepilépticos, que frenan la excitabilidad neuronal y disminuyen el deseo de hacer algo”.Una forma de regulación emocionalEn su artículo, Munguía también recuerda que los familiares de primer grado de personas con cleptomanía han mostrado una mayor probabilidad de presentar trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y trastornos por consumo de sustancias. Y también los propios individuos con cleptomanía presentan habitualmente adicciones conductuales, como el trastorno del juego, trastornos alimentarios o déficit de atención e hiperactividad. “Se suele ver un perfil muy ansioso, que todo el tiempo está intentando evitar el daño. Y luego se ve también mucho un tema emocional porque, en ocasiones, estas conductas —y no hablo solo del robo en la cleptomanía, sino también en el caso de comportamientos y adicciones comportamentales, como el juego o los trastornos alimentarios— se inician como una manera de regulación emocional”, explica la investigadora del Idibell. Esto significa que para afrontar situaciones vitales estresantes o dolorosas con las que cueste lidiar, se desencadenan este tipo de conductas. “Pueden iniciarse como un alivio para esa respuesta emocional tan fuerte, pero no es un alivio a largo plazo. Es un momento y después va a volver a la misma situación, con la misma problemática desencadenante. Es decir, no es una solución real, pero sí puede ser una manera de lidiar con la emoción”, profundiza la psicóloga.No está claro por qué afecta más a mujeres. Gutiérrez apunta a que “la impulsividad en el hombre está más relacionada con la testosterona y se verá más en el consumo de sustancias y en conductas agresivas, mientras que en las mujeres, la conducta impulsiva es menos deteriorante y por eso es más frecuente la cleptomanía”. Munguía señala que puede estar relacionado con esa regulación en situaciones estresantes, ya que ellas acostumbran a ser más emocionales. Pero esa es solo una hipótesis, enfatiza la psicóloga: “Hace falta mucha investigación porque es un trastorno muy poco estudiado y está infradiagnosticado. Ahora mismo vemos más mujeres en consulta por este trastorno y se hipotetiza que uno de los componentes (no el único) puede ser por la regulación emocional. Pero lo cierto es que no se sabe cuántas personas realmente están teniendo esta enfermedad porque es muy estigmatizada y la gente no acude a consulta, lo esconde”.Es muy poco frecuente que un paciente con cleptomanía acuda al médico por voluntad propia y consciente del trastorno. Lo habitual es que lleguen después de haber tenido problemas legales, empujados por las familias o a raíz de otro trastorno asociado (como un trastorno alimentario o comportamental) y que, al hacer la exploración clínica, se descubra la cleptomanía.La losa de la vergüenzaEl estigma pesa mucho. En el diagnóstico y en el abordaje terapéutico. El debut de estos comportamientos suele ser muy temprano, en la adolescencia, pero los pacientes llegan a edades más avanzadas, por encima de los 50 y con muchos años de evolución del trastorno, cuenta Susana Jiménez-Murcia, jefa del servicio de Psicología Clínica en el Hospital de Bellvitge y coautora del estudio. “Todo eso complica la respuesta al tratamiento, más del 65% abandonan. Pero es que ya no vienen motivadas, no hay el reconocimiento del trastorno por esa vergüenza. No hay motivación, no quieren venir”, lamenta.Munguía rememora ese episodio con Winona Ryder y todo el boom mediático y social que causó en la época: “Este tipo de juicios sociales que trivializan y hacen una burla de ello, que sacarán un meme aquí o allá, provocan que esas personas, que realmente están sufriendo, no se sientan en confianza ni de comentarlo a los más cercanos”. La investigadora recuerda que una persona con cleptomanía “es un paciente que está sufriendo mucho”: “Estamos más acostumbrados a hablar de salud mental, pero todavía hay trastornos que son muy difíciles de entender y tenemos que visibilizarlos para evitar que la gente siga sufriendo en soledad”.En su estudio, las investigadoras del Idibell han caracterizado una muestra de sus pacientes con cleptomanía (13 personas) y otro grupo más amplio (71 personas) con este trastorno y otro asociado, y han descubierto que, además de rasgos de impulsividad, puede haber también características de compulsividad, un hallazgo que puede impactar directamente en el abordaje terapéutico.Jiménez-Murcia fija las diferencias entre el perfil más impulsivo y el más compulsivo: “No pueden evitar ni uno ni otro. Pero el impulsivo va a la gratificación e implica un refuerzo positivo, mientras que el compulsivo busca el alivio y eso es un refuerzo negativo”. Munguía profundiza en la explicación: “La impulsividad sería la parte más gratificante: hago algo sin pensar en las consecuencias porque me va a generar gratificación, o estoy en una búsqueda continua de un estímulo novedoso porque me hace sentir en ese momento una especie de subidón. En el caso del perfil más compulsivo, tampoco pueden dejar de hacer la conducta, pero la motivación no es algo que les resulte placentero, es algo que le genera un alivio porque están sintiendo un malestar muy alto por no hacerlo”.Terapia de exposición o de evitaciónSegún primen más unos rasgos u otros, el abordaje terapéutico puede ser diferente. Con el perfil más impulsivo se trabaja evitando determinados estímulos para mantener esas sensaciones bajo control. En una persona con características más compulsivas, puede ser más apropiada una estrategia de exposición y prevención de la respuesta de forma gradual: en lugar de evitar el estímulo, se le prepara para que sea capaz de exponerse a una situación de riesgo y contener el impulso.Jiménez-Murcia y Munguía aseguran que sus hallazgos en el estudio pueden ayudar a mejorar la respuesta al tratamiento, que ahora mismo es muy baja, con altas tasas de abandono y recaída.Gutiérrez pide no banalizar estos trastornos. “La mofa produce culpa y vergüenza. La persona no coge eso porque sea rata o porque no lo pueda pagar, sino porque no lo puede evitar. El no entenderlo y, además, ridiculizarlo, multiplica por 20 el estigma”. El psiquiatra recuerda, además, que estos cuadros se fraguan en la adolescencia y advierte de que la sociedad actual está alentando problemas de control de los impulsos y búsqueda continua de la novedad: “Si un chaval empieza con conductas impulsivas y no se controla, no se domina, le llevará a muchos problemas. Si no controla esas conductas en el corto plazo, le darán altibajos en el estado de ánimo, cuadros de adicción, agresividad… Todo está en la mima lavadora”, advierte.
La espiral incomprendida de la cleptomanía: “Al momento alivia, pero luego surge culpa y vergüenza” | Salud y bienestar
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