Camilla Nord (París, 36 años) dirige el Laboratorio de Salud Mental de la Universidad de Cambridge, donde es profesora de neurociencia cognitiva. Con cierto aire a una Hermione Granger adulta, nos recibe entre dos clases en un despacho acristalado que da a un jardín donde juegan las ardillas. Nació en Francia y creció en Washington, hija de estadounidense y holandesa, como delata un acento difícil de ubicar en el mapa. En un ensayo publicado este año, El cerebro en equilibrio (Paidós), sostiene tres tesis: que no existe un único remedio contra la depresión, que los fármacos no son tan malos como muchos sostienen y que el sistema nervioso persigue una estabilidad a lo largo de toda la vida que, por desgracia, siempre será precaria.P. Esta mañana he visto en la Tate Britain un cuadro de Ithell Colquhoun, titulado Depresión: un manojo de hilos tensado y enredado. ¿Le dice algo?R. Me dice mucho. Describe la jaula de la depresión: la sensación de no poder escapar. Pero esa puerta puede abrirse. Siempre hay salidas, aunque no sean iguales para todos.P. A diferencia de otros expertos, usted no elige bando: admite múltiples tratamientos y considera que todos son válidos.R. Un único tratamiento no sirve para todo el mundo. La investigación demuestra lo contrario: los trastornos son diversos, las causas son múltiples y, por tanto, deben existir varias maneras de tratarla. Los científicos ya hemos pasado esa pantalla. Ahora toca explicarlo mejor al público.P. Algunos usan depresión como sinónimo de tristeza. ¿Cómo lo rebate?R. La depresión es una alteración profunda de la experiencia emocional, y en parte física, que deteriora nuestras funciones vitales. Hay que distinguir las variaciones normales de la salud mental, porque no tenemos que estar siempre felices, de la enfermedad, que exige tratamiento para recuperar esas funciones. Estar triste es normal, pero deprimirse es invalidante.P. Existe mucha desconfianza sobre la relación entre los científicos y la industria farmacéutica.R. Es una preocupación legítima, nacida de sesgos, ocultación de resultados adversos y de la promoción injusta de algunos fármacos. Yo no colaboro con la industria, aunque conozco trabajos sólidos financiados por farmacéuticas. No hay que excluir los fármacos, pero tampoco convertirlos en la única vía. La biología también se modifica con experiencias y hábitos.P. Defiende que tomar un café al sol o reír con una película pueden actuar sobre el cerebro de forma comparable a un fármaco.R. Nuestras experiencias cambian el funcionamiento cerebral. Hay estudios preciosos: ver una comedia con amigos activa el sistema opioide endógeno y eleva el umbral del dolor. Su efecto recuerda, a menor escala, al de un analgésico. Demuestra que puede haber raíces biológicas comunes a través de rutas distintas: la farmacológica, claro, pero también la experiencial.La neurocientífica Camilla Nord, a finales de octubre en Cambridge (Reino Unido).IONE SAIZARP. España figura entre los países europeos con más diagnósticos de salud mental. ¿Por qué hay países con más depresión que otros?R. Existen grandes variaciones geográficas y temporales. Parte se explica por el acceso a la atención: a más acceso, siempre hay más diagnósticos. Pero, a igualdad de acceso, influyen factores ambientales —la pobreza, quizá la contaminación—, pequeñas diferencias genéticas y, sobre todo, las distintas expresiones culturales de las emociones. Cada cultura expresa malestar de maneras distintas y eso afecta también a los trastornos psiquiátricos. Y también pesa el estigma: donde hay más vergüenza, siempre hay menos diagnósticos.P. ¿Hoy somos más depresivos o solo hablamos más del tema?R. No hay una respuesta definitiva. Parte del aumento visible de casos se debe a ese mejor acceso. Pero también hay indicios de ligero deterioro del bienestar, sobre todo en los jóvenes. Tener mayor conciencia del problema tiene un reverso: fomenta vigilar los síntomas y atribuirlos a lo clínico, cuando a veces son los vaivenes normales de la vida. Por otra parte, el estado del mundo influye. La pandemia dañó la salud mental y también lo vemos con la crisis climática o la proximidad de la guerra, especialmente en jóvenes, aunque falta confirmarlo a escala poblacional.P. Usted estudia el equilibrio del sistema nervioso. ¿Qué es un cerebro estable y cómo se consigue?R. El cerebro se reajusta continuamente. Es un órgano predictivo que alinea lo vivido y lo esperado con el entorno para mantener la homeostasis, la capacidad del organismo de mantener condiciones internas estables pese a los cambios externos. No alcanzamos el equilibrio cerebral una vez y ya. Estamos obligados a reajustarlo durante toda la vida. P. Los electroshocks tienen mala fama. Usted dice que, por desgracia, funcionan.R. Dudé en incluir la terapia electroconvulsiva en mi libro por su negra historia, pero los datos muestran gran eficacia en depresiones gravísimas. El problema son los efectos secundarios, sobre todo en la memoria. Aun así, los modelos no apuntan a un daño cerebral e incluso se han observado aumentos celulares en áreas concretas. Pero si alguien sufre pérdidas de memoria, hay que tomarlo muy en serio. Por eso se reserva para casos en los que ninguna otra solución ha funcionado, siempre con consentimiento y un seguimiento estrecho.P. La hipótesis de que los fármacos compensan un déficit de serotonina está desacreditada, pero usted defiende que los antidepresivos funcionan en cerca de la mitad de los pacientes. ¿Cómo se explica?R. Durante la segunda mitad del siglo XX hubo marketing engañoso: se habló de corregir ese supuesto déficit sin suficientes pruebas y se minimizaron los efectos adversos. Aun así, a muchas personas esa medicación les funciona, sin que haya una explicación clara. Yo no la descartaría, pero no porque corrijan un supuesto déficit, sino porque alteran cómo procesamos la ambigüedad de algunas emociones, que podemos decodificar como buenas o malas.P. ¿Cómo actúan los antidepresivos si no corrigen un déficit?R. Al cambiar los niveles de serotonina —sin necesidad de que exista un déficit previo—, alteran el procesamiento de señales emocionales y nos desplazan hacia una posición más neutra o positiva. No suben el ánimo de golpe, sino que ajustan el sesgo con el que interpretamos esas interacciones y señales ambiguas. Es como cambiar el filtro con el que miras.“Excluir la medicación no es la solución. Hay personas que, tras intentarlo todo, salen del pozo con un fármaco. Deben poder acceder a él”P. ¿Qué responde a quien se opone a la sobremedicación y diagnósticos rápidos?R. Lo entiendo: con sistemas sanitarios tan saturados, recetar es más inmediato que ofrecer psicoterapia, que requiere tiempo y recursos. Yo también preferiría decisiones más adaptadas, pero excluir la medicación no es la solución. Hay personas que, tras intentarlo todo, salen del pozo con un fármaco. Yo creo que deben poder acceder a él.P. Dedica el libro a su hija y a su mujer, y lo abre con una escena de su boda. ¿Por qué exponerse tanto, algo que muchos científicos evitan?R. En mis artículos científicos nunca hablo de mí. En el libro quería abrir también el mundo de quienes hacemos ciencia: por qué pensamos lo que pensamos, de dónde nace la vocación y cuándo cambiamos de idea. Si quería enseñar a mirar el mundo como científica, debía mostrar un poco a quién mira.P. ¿Usted ha sufrido una depresión?R. Yo no, pero personas muy cercanas sí. Quizá por eso me obsesiona entenderla. Una eminencia del campo, Nolan Williams, se suicidó recientemente. Fue devastador. Eso nos recuerda que, por cerca que estemos de las soluciones de la ciencia, nada es suficiente para enfrentarse a una depresión.P. ¿Sería mejor científica si hubiera estado deprimida?R. Sería peor científica si no trabajara codo a codo con quienes sí la han vivido o si no los escuchara.P. Y la última: me chivan que es una gran fan de Buffy, cazavampiros. ¿Le influyó?R. Para mí es un modelo ético: hacer lo correcto y pensar en el bien común, incluso cuando no te beneficia. En el mundo académico puedes avanzar a costa de otros. Dirigir un laboratorio implica recibir crédito por trabajos que siempre son corales. Procuro no anteponerme nunca al equipo. Puedes ser, a la vez, una persona exitosa y solidaria.

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