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“De cabeza está muy bien”: cómo evitar el deterioro cognitivo al envejecer | Salud y bienestar

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A partir de cierta edad, los despistes, la dificultad para encontrar una palabra determinada o los olvidos pasan de ser una anécdota a algo que quizá encienda una señal de alarma en la persona y en su entorno. “Uy, la chochera”, se dice con una risa nerviosa, con preocupación por si se trata del primer signo de un deterioro cognitivo que podría rematar en demencia, un camino que a menudo se cree que es inevitable. Pero ¿lo es? Esas personas muy mayores de las que se dice, con cierta sorpresa, que “de cabeza está muy bien” son una prueba de que no es siempre así. Más informaciónEl Informe Mundial del Alzhéimer 2024, de la Asociación Internacional de Alzhéimer (ADI, por sus siglas en inglés), deja claro que la creencia está muy generalizada: el 80% de la población (y el 65% de los profesionales de la salud) cree “incorrectamente” que la demencia es una parte normal del envejecimiento. “Es uno más de los estereotipos asociados a la vejez”, señala Gregorio Jiménez Díaz, facultativo especialista en Geriatría y vicesecretario de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Con la edad, sí se producen cambios cognitivos, coinciden todos los expertos consultados para este reportaje, pero no todos suponen un empeoramiento y, desde luego, no todos llevan de forma irremediable hacia la demencia. “El deterioro cognitivo es frecuente, pero no es inexorable. Y hay que distinguir entre los cambios cognitivos que se producen con la edad y los que genera algún tipo de enfermedad”, explica Raquel Sánchez del Valle, coordinadora del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Si bien estas enfermedades son más frecuentes entre personas mayores (“casi un tercio de las personas por encima 85 años tienen algún tipo de enfermedad que genera deterioro cognitivo”, apunta la experta), ese deterioro no se puede decir que sea algo provocado por los años. La neuróloga pone el ejemplo de caminar: caminamos, normalmente, más despacio a los 85 que a los 20 años, pero esa pérdida de velocidad no es un proceso patológico. No poder caminar —o tener deterioro cognitivo o una demencia— sí sería patológico y no está causado por la edad, aunque sea más frecuente en personas mayores. No todos los cambios son a peor El Diccionario de Términos Médicos de la Real Academia Nacional de Medicina de España (RANM) define cognición como el “conjunto de las actividades mentales (pensamiento, percepción, voluntad, memorización, recuerdo, aprendizaje) que permiten al ser humano adquirir conocimientos y poder utilizarlos en todas sus acciones”. Es decir, los procesos cognitivos son muchos y, si bien todos cambian con el paso del tiempo, no todos lo hacen igual. “El cerebro no funciona de una forma uniforme”, confirma Raquel Sánchez del Valle. Empecemos por los que sí se perciben como un empeoramiento. En un envejecimiento normal, uno de los cambios cognitivos que se producen es el de la velocidad de procesamiento: procesamos la información con mayor lentitud (igual que caminamos más despacio). También se altera nuestra capacidad de multitarea, es decir, de hacer varias cosas a la vez. “Cuando somos jóvenes somos capaces de tener en mente muchas tareas, hacer varias cosas en paralelo no nos genera problemas. Una de las cosas que ocurre conforme vamos haciéndonos mayores es que vamos perdiendo esta capacidad”, explica Javier Sáez Valero, responsable del grupo Mecanismos moleculares alterados en la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, del Instituto de Neurociencias, centro mixto del CSIC y la Universidad Miguel Hernández. El experto puntualiza que habla de hacerse mayor y no de envejecer porque esta dificultad con la multitarea es algo que empieza a pasar “a partir de los veintitantos”. Lo mismo ocurre con la ralentización de la velocidad de procesamiento: empieza alrededor de los 30. ¿Por qué ocurre esto? “Posiblemente esté relacionado con que hay un momento en el cual, aunque sigamos estableciendo nuevas redes neuronales en las que se basa la memoria o el aprendizaje, los mecanismos moleculares que sirven para que todo eso se sostenga empiezan a tener ciertos fallos. Se manifiesta en una pérdida de capacidad, sobre todo de memoria a corto plazo. Pero no es lo mismo un envejecimiento patológico que un envejecimiento normal y fisiológico”, asegura, coincidiendo con Sánchez del Valle. Aunque lo habitual es fijarse más en lo que falla que en lo que se perfecciona, eso no significa que esa cara positiva no exista: como el cerebro no es uniforme, hay procesos cognitivos que mejoran con la edad, “algunos incluso sin límite”, señala Sánchez del Valle. Uno de ellos es la memoria semántica, que el diccionario de la RANM define como la memoria que “almacena un acontecimiento evocado en forma de recuerdos que pueden expresarse con palabras” y que es “la base del conocimiento del mundo y de sus normas, de los significados de las palabras, de sus funciones y cualidades”. También pueden mejorar el procesamiento de las emociones y la respuesta a las emociones de otras personas. Creer que todos los cambios son a peor tiene también consecuencias emocionales. “Cuando los mayores perciben que su pensamiento puede ser más lento, que necesitan más tiempo para tomar decisiones o que les cuesta algo más orientarse y que su entorno puede actuar en consecuencia con sobreprotección, verse infantilizados en el trato o directamente excluidos en la toma de decisiones puede resultar muy doloroso para ellos”, sostiene el vicesecretario de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Cómo envejecer con un cerebro sano En el puzle de cómo el paso del tiempo cambia el cerebro, una pieza todavía no encajada es la de saber cuál es el secreto de los superancianos (traducción de superagers, en inglés): personas que cumplen años y se mantienen sin que nada en su rendimiento cognitivo empeore. Como quien a los 80 años corre maratones, estas personas son una minoría, pero existen, y en ellas podría estar uno de los secretos para prevenir el deterioro cognitivo y la demencia. La información que se tiene, sin embargo, es todavía poco concluyente. En los últimos años, desde España, con organizaciones como Centro Alzheimer Fundación Reina Sofía de Madrid al frente, se han publicado un par de estudios en los que se investigaba superancianos cuya memoria episódica se mantenía similar a la de personas 30 años más jóvenes. Descubrieron que sus cerebros presentan menos atrofia, más volumen en regiones clave para la memoria, además de conservar mejor la conectividad entre áreas importantes para la cognición. Otro aspecto interesante es que, si bien tenían menos atrofia, sí presentaban un volumen similar de lesiones al del grupo de control. En los estudios relacionan esto con los conceptos de resistencia y resiliencia, que menciona también Raquel Sánchez del Valle. “Una cosa es que tu cerebro pueda hacer frente a la enfermedad, que no desarrolles en tu cerebro enfermedad, la resistencia. Otra cosa es cómo tu cerebro, aunque tengas enfermedad [esas lesiones]sigue siendo eficiente. Esto sería la resiliencia”, explica. “Al final es una combinación de ambos factores”. Esos superancianos y superancianas, además, caminaban más rápido y tenían mejores marcadores cardiovasculares, pero no está claro qué significa la asociación. Esa mejor salud física podría ser tanto la causa como la consecuencia de un cerebro en mejores condiciones. Que no exista una receta infalible para la superancianidad (o, con menos ambición, simplemente para tener los cambios cognitivos asociados a la edad y no desarrollar algo patológico) no significa que no haya unas cuantas recomendaciones básicas para darle a nuestro cerebro mejores papeletas para afrontar el paso de los años. “Más allá de los factores genéticos que explican un porcentaje de los casos de demencia degenerativa, un buen número de los factores de riesgo para el desarrollo de demencia podrían ser evitables o controlables a lo largo de nuestra vida empezando desde edades muy tempranas”, señala Jiménez Díaz. “En los primeros años, alcanzar un más alto nivel educativo sería un factor protector. En la vida más adulta sería importante evitar el consumo de alcohol y protegernos de los traumatismos craneoencefálicos, así como asegurar un buen control de la tensión arterial y evitar la obesidad. Más adelante deberíamos continuar manteniendo una buena actividad física, seguir alejados de tóxicos como el tabaco, evitar el aislamiento con una buena red social a nuestro alrededor y diagnosticar a tiempo o controlar enfermedades crónicas como la diabetes, así como conseguir una buena higiene del sueño o detectar de manera precoz la aparición de sintomatología depresiva. Junto a esto, habría factores más difícilmente modificables desde una perspectiva personal como sería la contaminación atmosférica de las grandes ciudades”, resume el experto. Se trata de algunos de los 14 factores de riesgo para el desarrollo de la demencia que en verano de 2024 identificó un estudio publicado en The Lancet. Según indicaban, evitarlos podría prevenir casi la mitad de las demencias. Aun así, hablamos de probabilidades. “Hay personas que lo hacen todo bien y desarrollan igualmente una demencia, y viceversa”, apunta Raquel Sánchez del Valle. Cuándo preocuparse ¿Dónde está la frontera entre cambio cognitivo normal y deterioro cognitivo? Se empieza a hablar de deterioro cognitivo cuando hay una pérdida cognitiva que es mayor a la esperable para la edad y el nivel de escolarización de la persona, explica Sánchez del Valle. “Cuando este deterioro cognitivo afecta a la funcionalidad del sujeto, es decir, cuando hay cosas que ya tiene que dejar de hacer porque estos cambios cognitivos tienen una magnitud que le impiden hacer una alguna función, estamos hablando de demencia”, continúa. Es decir, si alguien con problemas de memoria simplemente se apunta las cosas para ir al supermercado y va sin mayor problema, es deterioro cognitivo. Pero si afecta a la función, si ya no puede ir sola a hacer la compra por problemas cognitivos, se trata de una demencia. Como recoge un artículo publicado en la Revista Española de Geriatría y Gerontología, cuando se acuñó el constructo deterioro cognitivo leve en 1988, se creía que era siempre un proceso degenerativo que antecedía a la demencia. Sin embargo, “en los últimos 30 años” se ha constatado que no todos los pacientes siguen ese camino. Para detectar cuándo se podría estar hablando de algo que va más allá de lo asociado a la edad, la experta señala varios factores. “Tu rendimiento es peor que el de la gente de tu entorno, y además esos cambios son persistentes y progresivos. Es decir, no es que cada tres meses te olvides de cosas, sino que es algo frecuente a lo largo del día y que va a más”, explica. Javier Sáez Valero habla también de muchos olvidos que son solo un problema de atención. “Si después de salir de casa, volvemos a abrir para saber si nos hemos dejado las luces encendidas o no, es un problema simplemente de que en ese momento no hemos tenido fijada la atención”, apunta. Y añade: “Con la pérdida de capacidades cognitivas y sobre todo la pérdida de tipo amnésico, perdemos el contexto en el que estamos. Alguien se ve de pronto en la calle y no sabe dónde está”. En estos casos —y ante cualquier sospecha—, lo ideal es acudir a una consulta médica para una valoración profesional.


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