De la muerte mejor no hablar: mejor vivamos la vida. Bajo esta creencia, hubo un momento en que Occidente dejó de considerar la muerte. Si bien la Edad Media trataba la muerte como un suceso familiar, que ocurría en el ámbito doméstico y que tenía una continuidad que la religión aseguraba más allá del incierto umbral, poco a poco la llegada de la guadaña se va dramatizando, individualizando, medicalizando y expulsando hasta que, llegado el siglo XX, se convierte en tabú. Se relata, por ejemplo, en la célebre Historia de la muerte en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días (Acantilado), del historiador francés Philippe Ariès. Más informaciónLa muerte parece hoy un detalle incómodo que nos espera al final del camino mientras nosotros nos concentramos en mirar el paisaje por la ventanilla. Hay quien la considera como un mero error biológico que el transhumanismo conseguirá solventar llegando a la longevidad extrema o incluso la inmortalidad. Recientemente los presidentes ruso, Vladímir Putin, y chino, Xi Yinping, conversaron en privado sobre ello: quizás no se mueran nunca. Al contrario, el filósofo Martin Heidegger señaló, grosso modo, que la muerte no era simplemente el suceso final, sino algo que condiciona nuestro día a día, algo estructural que debe concernirnos en cada momento, como seres-para-la-muerte que somos. Tal vez esa necesidad de estar en contacto con la muerte haya librado el tabú social concentrándose en el campo cultural. Es la tesis que defiende el artista y escritor Germán Piqueras (Reuqena, Valencia, 41 años) en el reciente libro Tabú: La censura de la muerte en Occidente como generadora de arte y cultura (Trea). “La muerte nos entretiene mucho”, dice Piqueras, “el tabú en torno a la muerte ha sido aprovechado por el capitalismo para rentabilizar las zonas más oscuras mediante el consumo. La muerte es un leit motiv de la cultura occidental que observamos confortablemente desde la tranquilidad que genera el entretenimiento, a veces sin demasiada reflexión”. Para el autor, como consumidores, preferimos hablar de la muerte a través de los productos culturales antes que cara a cara: la cultura de masas ha pasado a cumplir la función de la religión a la hora de mediatizar el límite de la existencia. Germán Piqueras, artista y escritor, autor de ‘Tabú. La censura de la muerte en Occidente como generadora de arte y cultura’ (Trea).El cambio que se operó en la sociedad desde la muerte domesticada (en la terminología de Ariès) hasta el tabú contemporáneo lo ve Piqueras también en la cultura; por ejemplo, en la representación de las crucifixiones, cada vez más oscuras y faltas de esperanza, y también en algunas temáticas pictóricas. Ejemplo: la muerte del revolucionario francés Jean Paul Marat, que Jacques-Louis David representa con hermosura neoclásica en el XVIII pero que Edvard Munch, ya en el XX, pinta con la desesperación del expresionismo. El siglo XX llega con sus grandes guerras y su pesimismo tras los años dorados de la Belle Époque, y en un mundo desencantado (que diría Max Weber) en el que la espiritualidad y la religión han sido sustituidas por un racionalismo que no ofrece soluciones para la insoportable idea de la finitud. Todo esto colea en cierto regreso actual del interés por lo esotérico y lo religioso, desde los juegos de la astrología en redes sociales hasta la exploración de la estética piadosa en el nuevo disco de Rosalía. “Hoy vemos la muerte a través de una máscara, que puede ser la del asesino de la película Scream, esa que tanto se parece a El grito de Munch”, dice el autor. Bengt Ekerot como la muerte en ‘El séptimo sello’, de Ingmar Bergman.IDMBLa muerte se representa de diferentes maneras en la cultura, según recopila Piqueras; notorio es el caso de los videojuegos: de la muerte banal de Super Mario, que simplemente es reemplazado por otro personaje con una nueva vida repleta de energía, a las ejecuciones ultraviolentas y sanguinarias de videojuegos de lucha como Mortal Kombat. En algunos videojuegos, como en algunas películas de terror, “el espectador consume la muerte”, dice el autor. La novedad son juegos como This War of Mine, basado en el sitio de Sarajevo durante la guerra de Bosnia y que, de manera introspectiva, muestra las consecuencias emocionales, el dolor y el duelo, que rodea la muerte en la guerra. El cine ha tratado profusamente la muerte; Piqueras destaca clásicos como El séptimo sello, de Ingmar Bergman (esa muerte que juega al ajedrez con el cruzado en la playa), o filmes más recientes como Azul, de Krzysztof Kieślowski (la secuencia del terrón de azúcar impregnado en café, por cierto, se recrea en el nuevo vídeo de Rosalía), 71 fragmentos de una cronología del azar, de Michael Haneke, o El extraño caso de Angélica, de Manoel de Oliveira (que la rodó con 102 años, en las puertas de la inexistencia): en esta historia, que parece un cuento de Edgar Allan Poe, a un fotógrafo se le encarga retratar a una mujer muerta (encarnada por Pilar de Ayala) que parece revivir dentro de su ocular. Por supuesto, la serie A dos metros bajo tierra, que acerca al espectador a la vida cotidiana dentro de una casa funeraria estadounidense. “Nos molesta tratar la muerte en persona, pero dentro de un buen proyecto cultural sí nos encaja”, opina el autor. Escena de la serie ‘A dos metros bajo tierra’.FilmaffinityA veces los enfoques son más metafóricos, como en Buñuel o Saura, según la época, otras veces más banales, como vemos en aquellos videojuegos y muchas series del género true crime, otras veces cómicos, como en el humor negro o las comedias de terror, otras tantas veces melodramáticos o muy profundos, como en el libro El año del pensamiento mágico (Random House), donde Joan Didion explora el duelo por la muerte repentina, mientras cenaban un día cualquiera, de su marido. “Aunque mucho de lo que veo últimamente se acerca a la muerte de manera muy superficial, por ejemplo, en los true crime de las grandes plataformas, y ligado a la imagen de las redes sociales, destinado a espectadores que se pasan hora viendo reels”. Pero si el tabú de la muerte, en cualquier caso, ha sido desplazado al campo de la cultura, ¿qué hacer para romper ese tabú? “No se nos educa en cuanto a la muerte, cómo gestionar el duelo o la idea de que nuestra vida es finita y de que ese fin puede llegar en cualquier momento. Así que, como individuos, tenemos que hablar de ella, y, como creadores, no dejar de trabajar sobre la muerte”, concluye Piqueras. Que el Ministerio de Trabajo y Economía Social haya propuesto modificar del Estatuto de los Trabajadores y ampliar el permiso retribuido por fallecimiento de un ser querido a 10 días parece ir en ese camino: que nos ocupemos de la muerte aquí, más allá de las películas y los museos.

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