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De Synanon a los ‘influencers’: la peligrosa vuelta de la humillación como cura para las drogas | Salud y bienestar

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En 1958, Charles Dederich, un alcohólico rehabilitado, puso en marcha en Santa Mónica (EE UU) un programa para adictos en torno a la Fundación Synanon. Quienes eran admitidos, tenían que cesar sus vínculos con familiares y amigos y se enfrentaban a una terapia de choque que incluía humillaciones públicas. “La idea consistía en destruir a la gente para volverla a construir y en los años 50 y 60 aquello tuvo mucho éxito”, señala Jaime del Corral, director de la Unidad de Adicciones de la Clínica San Juan de Dios, en Madrid.Al principio, el plan consistía en preparar a la gente para regresar, curada, a la sociedad. Pero Dederich decidió que la curación era imposible y que los miembros nunca debían abandonar el programa. Synanon se fue convirtiendo en una secta, que separaba a los hijos de sus padres y daba millones de beneficios a su fundador, que empezó a ver su organización como una herramienta para cambiar la sociedad y fomentó actividades violentas. Los escándalos, los problemas con la justicia y la bancarrota hicieron que la organización se disolviese en 1991. Más informaciónEn los tiempos de las redes sociales, las técnicas de humillación que popularizó Dederich vuelven a estar de moda. Amadeo Llados, un exadicto a la cocaína, es uno de los representantes más célebres de estas técnicas de confrontación. En sus vídeos anima a abandonar a tus amigos, porque son basura, llama inútiles a quienes asisten a sus charlas o recomienda a sus seguidores que abandonen a sus hijos. Su estilo, histriónico y autoparódico, es imitado por otros influencers, ex adictos como él, que buscan confrontar a los drogodependientes, culpándoles de sus problemas y vendiéndoles sus servicios para librarse de las adicciones.La idea de que el gordo o el adicto lo son porque les falta voluntad, por su culpa, está tan arraigada que parece inmune a la gran cantidad de información que la refuta. En el caso de las adicciones, hay una mayoría de personas que deciden cuándo consumir y cuando dejarlo, pero para algunos la elección no es posible. “El 80% de la gente consume drogas o alcohol, pero pocos se hacen adictos, solo entre un 5% y un 10%”, explica Pablo Vega, director del Centro de Ayuda a las Adicciones de Tetuán, en Madrid. “La adicción es una enfermedad del cerebro como cualquier otra, como la ansiedad o la psicosis, y no puedes culpar a una persona de tener un cerebro vulnerable ni agredirle, porque eso incrementa las probabilidades de recaída”, añade.Vega también recomienda que las adicciones, como otras enfermedades, se traten con especialistas y en grupos interdisciplinares. A finales de los años 80, como respuesta a la crisis provocada por la heroína y el sida, surgió una red paralela a través de ONG y asociaciones en las que participaban exadictos, pero, según explica Vega, el contexto ha cambiado y hay una red asistencial que puede encargarse de este problema de salud. “Hay que normalizar las adicciones desde el punto de vista de la salud y no se nos ocurriría que la mejor idea para tratar a un diabético es acudir a una persona con diabetes”, explica. “Otra cosa son las asociaciones de autoayuda y para entender el proceso, con personas que hayan sufrido la patología, pero eso no es el tratamiento”, puntualiza.Sea cual sea la intención inicial, el discurso de humillación contra los adictos puede convertirse, como comprobó Dederich, en un buen sistema de reclutamiento de clientes y acólitos entregados a una causa, vulnerables por el sentimiento de culpa, aislados y completamente entregados al líder. “Hay una retórica de nosotros frente a ellos, con repetición de ideas simples, con mucho peso emocional, que se asimilan con facilidad y que podemos ver en narrativas sectarias”, dice Miguel Perlado, psicólogo experto en sectas. “En los colectivos que se dedican a la rehabilitación hay un riesgo de deriva sectaria porque son personas muy vulnerables, que se ponen en manos de otros, que les sacan de la adicción, con discursos muy potentes, con trabajos en grupo y que proporcionan asistencia 24 horas”, apunta. “Yo he atendido casos de alcohólicos y personas con problemas similares que han acabado encadenados a la organización”, remacha.“Cuando a una persona la humillan, se puede generar un vínculo con la autoridad, algo parecido a un síndrome de Estocolmo o a los vínculos basados en el trauma que sufren algunas víctimas de violencia de género”, afirma Del Corral. “Las personas con adicciones desarrollan mucha vulnerabilidad al rechazo y sensibilidad a la aceptación, y generan conexiones rápidas que aprovechan algunas organizaciones o personas”, continúa el psiquiatra. “En una unidad de drogas, lo que se hace es alejarte de aquello que recuerde a las drogas y después potenciar la vida, cada uno la suya, y que logre hacer las paces con su entorno, no que se enganchen a nosotros”, indica. “Hay gente que está tan mal que le vale con estar sin consumir, aunque no hayan reconstruido nada y estén enganchados a una persona o a una institución”, concluye.El camino para salir de una adicción es largo y en él, las recaídas, como sucede con otros trastornos como la depresión, son muy probables a lo largo de la vida. Por eso, la agresividad o el estigma que provoca la culpabilización puede tener efectos nefastos a la larga, incluso aunque en un primer momento, para algunos, pueda funcionar. “Una manera de detectar propuestas que no van a ser de ayuda es el maximalismo y la simplificación, los indicadores de rehabilitación en adicciones son modestas, así que cuidado si ofrecen unos éxitos altísimos”, apunta Perlado. “Cuando estás mal por las adicciones y la ansiedad y la depresión que desencadenan, cuando ves una puerta abierta, entras, pero igual es la puerta equivocada”, concluye Vega.


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