En la última sala de la exposición Warhol, Pollock y otros espacios americanos en el Museo Thyssen de Madrid han colocado un banco. No suele ser habitual encontrarse con mobiliario en las temporales. Pero Estrella de Diego, comisaria de una muestra que lleva más de 20 años en su cabeza, quería que por muy breve que fuera la visita, el espectador se sentara un momento ante tres monumentales cuadros de Warhol y Mark Rothko. “Contemplar es, por excelencia, un acto político y radical”, explica la catedrática de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid. Y pregunta: “¿Qué pasa si volvemos a mirar? Tal vez podemos dejar de ver esas otras cosas que nos bombardean. Escapar de ese exceso de imágenes”. La sala se llama El espacio como metafísica, y las dos obras que se muestran de Warhol representan una serie de sombras creadas a finales de los años setenta hechas a partir de pinceladas misteriosas que hacen que sea imposible distinguir figuras. La luz es tenue. Todo el montaje está pensado para parar, observar y preguntarse: ¿de verdad esto es del mismo tipo que elevó a la categoría de arte una lata de sopa?Más informaciónDe Diego es consciente de que quien se acerque al museo puede que venga a pasar un rato con el que fue uno de los mayores contribuyentes a que el arte también tradujera de manera mecánica iconos de la cultura pop reproducidos hasta la saciedad en los medios de comunicación. Pero probablemente no es eso lo que le va a pasar. Esta puede que sea una exposición taquillazo —blockbuster, en la jerga del arte—, pero no por las razones que se pueden imaginar inicialmente.’Un solo Elvis’ (1964), de Andy Warhol, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.ZIPI ARAGON (EFE)Hay fotos de Elizabeth Taylor, Jackie O y Elvis, pero sobre todo hay una clara intención de desmontar las convicciones fijadas en el imaginario colectivo en torno a Warhol. “Fue víctima de la imagen de rubia tonta que, es cierto, le gustaba y además cultivó como una máscara”, plantea Guillermo Solana, director del Thyssen. “Pero era un tipo con muchas capas y estratos de significados”. La comisaria añade: “A Pollock le pasó algo similar, también se vio forzado a jugar el papel que se le había asignado. Cada uno vivió la historia dramática que se le impuso”.Para desmontar estas ideas preconcebidas, De Diego ha juntado piezas de Warhol, Pollock, Rothko y otros artistas como Lee Krasner, Helen Frankenthaler, Marisol Escobar, Sol LeWitt y Cy Twombly, traídas de una treintena de instituciones de Norteamérica y Europa. A partir de este impresionante número de obras prestadas —han hecho que el presupuesto se dispare solo por la complejidad del traslado de piezas tan grandes—, ha establecido una serie de diálogos para descubrir un Warhol abstracto y un Pollock que se acerca a la figuración.’Silver Liz as Cleopatra’ (1963), de Andy Warhol, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.ZIPI ARAGON (EFE)Hay relaciones obvias en la muestra: la imagen de Elvis plateada y la pieza Fosforescencia hecha a partir de pintura de aluminio. Hay otros diálogos que obligan, una vez más, a pararse un momento y descubrir que en las pinturas de hilo de Warhol hay una profunda reflexión sobre el trabajo de Pollock en los años cuarenta y cincuenta porque cada cosa que chorreaba en uno, la utilizó el otro de manera muy pensada. De Diego recurre al término “chorrear” para fijar en el archivo de las memorias esas líneas curvas de esmalte que no son depuradas. “A priori encarnaban dos aspectos opuestos: la pintura sin imagen y la imagen sin pintura. Para terminar con esta idea hay que mirar en los estratos subterráneos de sus trabajos”, explica Solana sobre la tarea de decapado en la que ha estado inmersa de Diego. “El trabajo de mi vida”, ha dicho la experta. Encima, la exposición, que se podrá ver hasta el 25 de enero, pretende acabar con el canon, esas definiciones tan claras de las que se vale la historia en sus diferentes relatos para poder contarse a sí misma. “La historia la troceamos porque así se entiende de manera más fácil”, explica la comisaria, “pero esto no es así, por eso con esta exposición cuestionamos la idea del espacio y cómo es concebido en Occidente de manera binaria”. Para la experta, ese lugar sobre el que crean Warhol y Pollock es queer, es un terreno intermedio, a medio camino entre lo abstracto y lo figurativo. Valga un ejemplo. Nada más entrar hay dos pinturas de Coca-Cola. Por un segundo, la identificación con el trabajo de Warhol es inmediata. Al girar la vista hacia piezas de Pollock y Krasner, esas pinceladas al lado de la botella ya no parecen tan icónicas. Son líneas abstractas, una imitación impresionista. Al volver hacia Warhol, la lectura de su trabajo ya ha cambiado. En la sala dedicada a las fotografías de repeticiones que tan vinculadas están al trabajo del artista del pop art, la sensación es de tal saturación que los mosaicos se desestructuran y empiezan a parecerse a los trabajos de sus contemporáneos expresionistas y abstractos. ‘Bruma nocturna’ (1944-1945), obra de Jackson Pollock, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.ZIPI ARAGON (EFE)“Es más intelectual y de vanguardia de lo que el público se imagina, aquí hay un Warhol al que no estamos acostumbrados”, reitera Solana que enfatiza “la mirada irónica y perversa” del creador. “Muchas de estas obras no han estado expuestas en España y es la primera vez que se reúnen tantas de Pollock. Van a encontrar sorpresas, que no está mal para una exposición. Díganle a sus amigos y a sus enemigos que vengan”, resume De Diego.

El Thyssen desmonta la imagen de “rubia tonta” de Warhol en una charla entre iguales con Pollock | Cultura
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