El Felicola (Lorisicola) isidoroi es una criatura probablemente extinta o al borde de la extinción. En el pasado debió de estar presente en la mayor parte de la península Ibérica, pero la última vez que los científicos se toparon con un ejemplar fue en 1997. Para los biólogos, es una pérdida de biodiversidad. Para los demás, es un bicho menos. El F. (L.) isidoroi es un piojo que vive de chupar la sangre. Su particularidad es que su único huésped es el lince ibérico. Siendo específico del felino más amenazado del planeta, compartió su camino a la extinción hasta que los humanos decidieron salvar al félido, pero no a su parásito. El programa de recuperación del lince incluye la desparasitación de los ejemplares que se van soltando, que se vuelve a realizar en caso de una captura. El zoólogo experto en plagas y parásitos de la Universidad de Jaén, Jesús María Pérez, cree que el piojo sigue siendo una especie mucho más escasa que el propio lince a la que también habría que salvar porque es parte de la biodiversidad: “Como producto único de la evolución tiene un valor incalculable”. Pérez defiende que se debería salvar también al parásito.El dilema que plantea el piojo del lince es el mismo que generan muchos parásitos, plagas y especies que, como algunos mosquitos, no son patógenos, pero sí vectores, llevando consigo al causante de distintas enfermedades. Pero el caso del F. (L.) isidoroi es el efecto colateral de la casi eliminación de los linces, no se fue directamente a por ellos. Hace unos días, un grupo de biólogos, ecólogos y sociólogos publicaba en la revista Science un artículo de opinión cuyo título, traducido del inglés, deja claro de qué va: Extinción deliberada mediante modificación genómica: un desafío ético. Los humanos somos buenos extinguiendo vida. En los últimos cinco siglos han desaparecido 73 ramas completas del árbol evolutivo. Pero no somos tan buenos cuando se trata de eliminar patógenos. Con todos los avances de la revolución médica de finales del siglo XIX y mediados del XX (higiene, vacunas, antibióticos…), se pueden contar con los dedos de la mano y sobrarían varios las enfermedades infecciosas erradicadas. Pero incluso en estos casos, como está sucediendo con la oncocercosis o ceguera de los ríos, lo que se erradica es la enfermedad no el agente causal. Lo del piojo del lince es verdaderamente excepcional.A lo largo de la reciente historia de la guerra contra los bichos dañinos a ojos humanos, se han usado trampas, introducción de otras especies, insecticidas de amplio espectro como el DDT, insecticidas o raticidas de última generación, irradiación de poblaciones de mosquitos para esterilizarlos… Y ahora se piensa en la modificación genética. Aprovechando la existencia de determinados impulsores genéticos que no siguen las leyes de Mendel, se pueden seleccionar determinados rasgos, haciendo que el gen modificado tenga más del 50% de probabilidades de pasar a la siguiente generación. Con la tecnología de cortapega genético CRISPR, la mutación deseada puede pasar a toda la descendencia y seguir presente en sucesivas generaciones. Nunca como ahora ha sido posible interferir en el destino de una especie de forma tan radical.“Debe existir una justificación moral muy sólida, y esa justificación requerirá algo más que el interés económico”, dice en un correo Gregory Kaebnick, del Centro Hastings de Bioética (Estados Unidos) y firmante del artículo de Science. “Las especies más candidatas para la erradicación son aquellas que causan gran sufrimiento”, añade. En cualquier caso, termina, “la decisión requiere la colaboración con las sociedades afectadas por la enfermedad en cuestión, y mantenemos que se trata de un problema tanto local como global”, termina Kaebnick.El gusano barrenador del ganado, cuya imagen abre este artículo, es uno de los candidatos a ser eliminado de la faz de la Tierra. Es la fase larvaria de la mosca Cochliomyia hominivorax. Las moscas ponen los huevos en llagas, mucosas dañadas o heridas de una amplia variedad de mamíferos, humanos incluidos. “Una hembra puede poner unos 500 huevos”, recuerda el responsable del departamento de parasitología de la Facultad de Estudios Superiores “Cuautitlán” de la Universidad Autónoma de México (UNAM), Pablo Martínez Labat. En dos semanas habrán eclosionado y los gusanos se alimentarán de los tejidos del huésped. “Tejidos vivos, pero contaminados con agentes bacterianos”, aclara Martínez Labat. Si no se interviene para tratar la miasis, el infectado puede morir.La mosca estaba presente en todas las regiones cálidas de América, con gran incidencia en las regiones ganaderas. Pero el inicio de la era atómica supuso el principio del fin para este parásito. Después de años teorizando, investigadores estadounidenses soltaron en 1959 en la isla de Curazao, en el Caribe, miles de machos adultos que habían recibido radiación para esterilizarlos en su fase de pupa. A razón de 200.000 por semana y 300 por kilómetro cuadrado soltados, acabaron con la C. hominivorax en unas semanas. El éxito fue tal que los ganaderos de Florida presionaron para desarrollar un programa a gran escala. Soltaron 50 millones de moscas irradiadas durante varias semanas, acabando con el 90% de la población silvestre en tres meses. Después le siguieron el resto de estados ganaderos de Estados Unidos, que extirpó a la mosca de su territorio en los años 70 del siglo pasado. Y también los del norte de México, para crear una zona de seguridad. Desde entonces, el gusano barrenador del ganado había desaparecido del territorio mexicano y algunos países de América central.“La planta que instalaron en México tenía la capacidad de criar 500 millones de moscas a la semana”, recuerda el parasitólogo de la UNAM. Pero en 2018 la desmantelaron y se la llevaron a Panamá. En principio no parecía mala idea, extirpada del norte de América, había que frenarla en el flanco sur. Pero por distintos motivos, los casos en el norte empiezan a reaparecer. El flujo de personas desde países como Colombia y Venezuela, donde abunda el gusano barrenador del ganado, podría estar detrás. La combinación de la irradiación con la modificación genética en los nuevos planes que hay para extirpar al gusano de otras zonas podría suponer su sentencia definitiva.Hembra de ‘Anopheles gambiae’, principal vector de los protozoos que provocan la malaria.Ray Wilson / Alamy Stock Photo (Alamy Stock Photo)Los planes contra los mosquitos vectores de enfermedades no buscan su extinción, pero sí su extirpación local allí donde hiciera falta. La combinación de radiación e impulsores genéticos ha reducido la incidencia del dengue en varias zonas de América gracias a los mosquitos genéticamente modificados de la empresa Oxitec. La letalidad del dengue no se acerca ni de lejos a la de la malaria, que se lleva la vida de medio millón de personas cada año. Por eso, el artículo de Science señala al Anopheles gambiae, su principal vector, como un objetivo éticamente aceptable.“En los últimos años, hemos tenido mucho éxito en laboratorio creando mosquitos modificados mediante impulsores genéticos (GDMM, por sus siglas en inglés) que algún día podrían usarse como herramientas para controlar la malaria en África”, dice John Connolly, investigador del Imperial College de Londres y responsable científico de Target Malaria, un proyecto financiado por la fundación de Bill Gates. Por ahora se plantean dos estrategias GDMM. Una de ellas busca reducir la población de mosquitos afectando a la fertilidad de las hembras, liberando machos estériles, por ejemplo, o modificados para portar una mutación que haga dependiente a su progenie de algo que no van a encontrar en la naturaleza. Otra vía busca introducir rasgos genéticos en la población que reduzcan la viabilidad del patógeno que portan. Hay que recordar que el agente causante de la malaria son protozoos del género Plasmodium que parasitan al mosquito. Hasta el momento no se han realizado sueltas ni ensayos de campo. “Esto solo ocurriría cuando los datos de laboratorio, el modelo matemático y una evaluación rigurosa de los riesgos indicaran que la genética dirigida para el control de la malaria tiene un perfil de seguridad que permitiera la aprobación por los reguladores y el acuerdo de las comunidades interesadas en África”, aclara Connolly.Rubén Bueno, director técnico y de I+D en Laboratorios Lokímica admite que la ingeniería genética “nos ha permitido hacernos estas preguntas”. Sin embargo, cree que las nuevas herramientas podrían combinarse para ejercer un control poblacional por debajo del nivel de daño “sin tener que llegar a la extinción”. Desde México, el profesor de la UNAM, Martínez Labat recuerda que “hasta los monstruos tienen una función en la naturaleza”. Kaebnick, el coautor del artículo de Science, deja una última reflexión: “Las especies son valiosas en sí mismas, incluso más allá de su contribución al resto del ecosistema. Sin embargo, a veces, sopesar el sufrimiento que nos causan a nosotros o a los animales bajo nuestro cuidado podría justificar su erradicación, si el sufrimiento no se puede abordar de otra manera”.
¿Extinguimos a los bichos ahora que podemos? | Ciencia
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