La articulista Lauren O’Neill anunciaba a finales del mes de mayo en la versión británica de Vogue el deceso del chic. “RIP Chic, la palabra ha perdido al fin todo su significado”, proclamaba el titular. La crónica de una muerte anunciada, en realidad, pues el término ya se había convertido en un cliché hueco, vacío de contenido, tiempo ha. Es una de esas expresiones asociadas al léxico de la moda y el estilo agotadas por el uso y abuso indiscriminados. En la misma liga de la infamia lingüística que glamour, icónico o cool, he aquí un adjetivo definitivamente derrotado en el campo de batalla digital de nuestros días (las redes sociales, ese matadero donde van a morir hoy las palabras), víctima quizá de su propia naturaleza vana, trivial, frívola, insustancial. El problema con el chic —o lo chic— es que viene tarado de serie, que no existe siquiera acuerdo sobre su origen y verdadero significado. Etimológicamente, hay quienes lo derivan del alemán shick, que designa el tacto o la destreza al ejecutar una acción; y hay quienes encuentran su raíz en el francés chicanerie, jerga judicial para acusar lo mismo una argucia y subterfugio ingenioso que la irritante tendencia a preocuparse por menudencias y detalles superfluos, según documentaba el diccionario francés-inglés Randle Cotgrave en 1611. En español tenemos chicanería para decir más o menos lo mismo. “Es una palabra horrenda y extraña, de cuño reciente, que ni sé deletrear”, escribía Charles Baudelaire en su breve ensayo Salón de 1846. El padre de la poesía moderna, el mismo estandarte de la sofisticación dandi, acabó defendiendo su uso, pero solo para distinguirlo de la banalidad al referir un estilo único, individualista, resultado de la comprensión profunda de uno mismo y del mundo que lo rodea y de la voluntad de abrazar lo poco o nada convencional. Cómo una idea antiburguesa de lo que podría ser la elegancia pasó a identificar ciertos topicazos estilísticos, casi siempre relacionados con el imaginario femenino, es un misterio. Más información¿Podemos empezar culpando a Hollywood y su apisonadora estética? Si atendemos a las explicaciones de historiadoras del alcance de Leila Wimmer, profesora de Estudios Cinematográficos de la Universidad Metropolitana de Londres, o la francesa Marylène Delbourg-Delphis, autora de Le chic et le look (1981), podemos. Habría que retroceder primero a la década de 1930, cuando el sistema de estudios comenzó a imponer un canon de exótica alteridad encarnado por estrellas de idiosincrasia y maquillaje excesivos a las que Europa dio respuesta envidando con la denominada femme chic, encarnación no solo de la feminidad francesa, sino también un ser superior arquetípicamente parisién, construido en función de la elegancia, la inteligencia, la sobriedad y la distinción. Audrey Hepburn y William Holden en una escena de ‘Sabrina’, la película de 1954.Photo: MPTV.netEn 1954, con el personaje de Audrey Hepburn en Sabrina redimido de la vulgaridad por la gracia de la alta costura francesa, las cartas acabaron boca arriba sobre la mesa. Lo constató Edith Head, figurinista por excelencia de la era dorada hollywoodiense y Oscar al mejor vestuario por aquella película, al reconocer que el filme jamás habría trascendido en términos de estilo si las creaciones de Givenchy las hubiera vestido alguien “desprovisto de chic” (Hepburn era europea de Bélgica). De ahí a acabar canibalizando casi cualquier representación de la mujer franco-parisina, bien echándose un pitillo en el balcón embutida en un sucinto vestido negro, bien paseando desenvuelta con un cesto de mimbre por bolso, bien erotizante recogiéndose un mechón de pelo suelto sucio (mínimo tres días sin lavar, ahí va otro tópico), hay un paso, exacerbado en las últimas décadas por la mirada infantilizada estadounidense proyectada en productos televisivos como Sexo en Nueva York o Emily in Paris, pasando por Gossip Girl. Boinas, bailarinas y baguette, très chic!, pues solo faltaría.“Ahora mismo, se trata más de un sentimiento, una sensación, que de algo concreto. Un bar o no ir de bares, un martini sucio, una mariscada, la jardinería, tener un hobby, basta que alguien lo diga en redes para que cualquier cosa ya sea chic”, expone Lauren O’Neill, al tiempo que advierte que el chic, como el diablo, siempre está en los detalles. Una sutileza, continúa, que los tiktokers e instagramers actuales parecen incapaces de observar, con esos vídeos e historias vergonzantes en exaltación del llamado estilo old money, loa a la presunta elegancia de los ricos de cuna en sintonía con el avance de ciertos ideales retro-conservadores. Lily Collins y Ashley Park en una escena de la cuarta temporada de ‘Emily in Paris’, en 2024.©Netflix/Courtesy Everett Collection / Cordon PressViejo o nuevo, lo cierto es que en el dinero parece estar el quid de la cuestión: la ostentación pecuniaria y el alarde de carteras abultadas a los que se entregan no pocas celebridades y los influencers que gastan pose ricachona por Dubái y demás emiratos (aunque luego sus realidades personales sean otras y muy diferentes) sería el último clavo en el ataúd de la elegancia y distinguido refinamiento inherentes al chic. Entre todos los multimillonarios de última generación lo mataron y él solo se murió.El lujoso fin de semana de despedida de soltera orquestado por Lauren Sanchez, inminente señora de Jeff Bezos, entre París y Cannes a finales de mayo ha dejado el listón tan bajo que ya no hay vuelta atrás. Fotografiada en la tienda insignia de Hermès en la capital francesa junto a Kim Kardashian, Kris Jenner, Katy Perry y Eva Longoria, entre otras amigas-invitadas de relumbrón, redes y foros digitales entraron en combustión ante lo que se interpretó como la profanación definitiva del templo del chic y su símbolo más sagrado, el Birkin, que la futura novia lució en distintos modelos y tamaños. “Se les ha ido de las manos. La sobresaturación ha llegado a extremos que es como si cada real housewife [alusión a las protagonistas de la serie de reality shows que ficciona las tribulaciones de las ociosas damas de sociedad estadounidenses, nuevas ricas de dudoso gusto] tuviera uno”, dice la escritora y periodista Amy Odell a propósito del drama que envuelve al bolso más aspiracional del que haya noticia. La autora de la exitosa biografía no autorizada de Anna Wintour también señala al propio negocio del lujo como responsable del apocalipsis chic: “Parece que le ha chupado el alma. El corporativismo exacerbado y la greedflation [el aumento avaricioso, continuado y abusivo de precios] han finiquitado el concepto”. Para el caso, la pregunta que queda al final en el aire es a quién le importa la muerte de un adjetivo que nadie usa en serio desde 1966 y que no puede importarle menos a las nuevas generaciones que van en plan brat por la vida.
Famosos con gusto cuestionable, ‘influencers’ entregados al culto al dinero… ¿Quién mató el chic? | Estilo
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