
José González (Madrid, 1980), psicólogo especialista en procesos de duelo, teme a la muerte. No es el único. En las formaciones que imparte a psicólogos, tanatólogos o paliativistas, les pide que escriban la fecha de su propia muerte. En ese momento, surgen formas de evitar el tema. A las risas les siguen expresiones de incredulidad o preguntas del tipo “¿en qué año estamos?”. Él tiene claro el motivo: “Somos tanatofóbicos”. “Todos sabemos a nivel macro cuál es la esperanza de vida. Y a nivel micro, ¿de qué mueren las mujeres en mi familia y a qué edad? A los 80 de cáncer. Los hombres, a los 75 del corazón. No es tan difícil calcular la fecha de tu muerte. Si sabes la fecha de tu hipoteca o cuando tu hijo va a cumplir la mayoría de edad, ¿cómo no miras eso?”, pregunta. Si algo ha aprendido tras formar a profesionales de diferentes países y tratar a más de 20.000 dolientes, es que la sociedad tiende a evitar la muerte. “Nos crían de espaldas a la muerte y a las emociones desagradables que es necesario transitar y digerir para elaborar la pérdida”, asegura el coordinador del programa de duelo de Psicólogos Sin Fronteras en una entrevista realizada en el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. La dificultad para nombrar la pérdida de un hijo es un ejemplo de esta fobia: “Si pierdo a mis padres, soy huérfano. Si pierdo a mi mujer, viudo. Si pierdo a mis hijos, no hay nombre. Nos da tanto miedo que no ponemos un nombre”.Los seres humanos “no nacemos con tanatofobia”. Este miedo surge en la infancia. “Muere mi madre y no llevo a mis hijos al tanatorio. Los castigo porque los dejo con un vecino y eso es evitarles el ritual. ¿Qué hace que los lleve a una boda y no al tanatorio? Es lo mismo, son rituales de un paso a otro”, afirma González, galardonado en septiembre de 2025 en la Cumbre Mundial del Psicotrauma por su trabajo. Esta tendencia a privar a los menores de los duelos se contrapone con las pérdidas que inevitablemente experimentarán a lo largo de su vida: “Sobreprotegemos a los niños. Y todos los hijos, sobrinos y nietos que tengamos van a tener parejas que les dejen, personas que mueren, jefes que les despidan, amigos que les traicionen o proyectos que no salgan. Todo eso son duelos. Lo que duele es la aceptación del cambio”.Todas las culturas “necesitan rituales para elaborar la pérdida”. En el confinamiento, “no había tanatorios y faltaba ese ritual”. Por ese motivo, se pusieron en marcha velatorios y funerales virtuales. “Una persona evitativa como yo, si muere mi padre y estoy confinado, seguramente me cueste mucho más conectar con las emociones desagradables pero necesarias para elaborar la pérdida: rabia, ira, tristeza, envidia, culpa… Si voy al tanatorio y me dan 100 abrazos, son 100 oportunidades de conectar con esa emoción desagradable, quiera o no quiera”, explica.Además de permitir que los niños participen en estos rituales, el experto recomienda explicarles que la muerte forma parte de la vida y afecta a todos los seres vivos: “Todos vamos a morir”. “Eso significa que, cuando mis hijos me dicen: ‘Oye, papá, el abuelo se ha muerto; mamá se va a morir; tú te vas a morir; yo me voy a morir’, en lugar de asustarme o pensar que tienen un trauma con la muerte, casi debería celebrarlo porque están integrando ese concepto”, comenta. También aconseja hablarles de la irreversibilidad de la muerte: “El cuerpo del abuelo deja de funcionar; no es como una tablet que se recarga, es como algo que se rompe y no vuelve”. Cuando este concepto no se transmite con claridad, surgen peticiones como que el abuelo vuelva “en Navidad o por mi cumpleaños”.El niño también tiene que saber que él “no tiene nada que ver con la causa de la muerte”. La culpa es “la criptonita de los seres humanos” y representa “más del 50% del contenido de las sesiones en terapia de duelo”. Proporciona una “falsa sensación de control”: “Si yo encuentro la respuesta a qué podría haber hecho para que mi padre no muriese, tengo la fantasía de que los demás no van a morir”. En las separaciones de pareja, el doliente suele preguntarse por qué lo dejó su pareja, con la fantasía de que “las siguientes no lo dejarán”.Detrás de muchos casos de ansiedad o depresión, “hay duelos no elaborados”. El duelo es uno de los detonantes más comunes de la muerte por suicidio, según el experto. Cada año, 727.000 personas se quitan la vida y muchas más lo intentan, según la Organización Mundial de la Salud. “Los seres humanos nos suicidamos porque no toleramos el sufrimiento que nos generan las pérdidas. El detonante puede ser la muerte de un ser querido, una ruptura de pareja, un duelo de salud, una enfermedad crónica o un duelo de estatus”. Por ello, asegura que elaborar los duelos de manera sana es “un factor protector frente al suicidio”.“Una bala en el pecho”La muerte de un ser querido a veces desgarra por dentro. Mientras que cantantes como Rozalén o Dan Reynolds describen esa sensación como una “bala en el pecho” o un “abismo”, Ed Sheeran desearía que el cielo tuviera “horas de visita”. Para digerir la pérdida, es fundamental conectar con emociones como la tristeza, el enfado o la envidia, una emoción “muy natural” en el proceso: “Me deja mi novia, voy a una boda con parejas jóvenes y encima mi primo se olvida de que me acaban de dejar y quiero que se le siente mal la comida. Pierdo a mi bebé y en mi grupo de WhatsApp recibo una foto de mi cuñada embarazada o en una fiesta de cumpleaños del primer año y eso me irrita”.González sabe de lo que habla porque él también ha vivido duelos. Su padre falleció en el confinamiento. Pese a ser experto en estos procesos, reconoce que le cuesta tocar lo desagradable. “Soy un voyeur de esta emoción. Me atrae porque veo que es útil, pero a mí también me cuestan mis propios duelos”, señala. El psicólogo explica que algunas personas desarrollan adicciones —como a las redes sociales, el sexo, la comida, el alcohol, el deporte o el trabajo— para evitar conectar con este dolor. También es habitual ocultar las emociones difíciles. El psicólogo recuerda esta reflexión que le compartió un compañero: “El otro día supervisé con mi hijo las redes sociales y, si viniera un extraterrestre, pensaría que en este planeta solo estamos de vino, cerveza y playa”. “Hay que desaprender que la emoción negativa hay que extirparla y esconderla”, sostiene González. Incluso algunos profesionales que no están formados en duelo, se centran en “lo que todavía funciona en tu vida”: “Tienes dos hijos, te gusta el deporte y tu trabajo, sal”. Pero, en realidad, el duelo va de ahondar en la emoción desagradable y “encajar lo que falta, no lo que sobra”. “Eso es tan loco como si yo soy oncólogo y te digo, ‘Creo que tienes un tumor en el seno derecho, pero no te voy a hacer pruebas, no vaya a ser que tengas cáncer, te las voy a hacer del izquierdo. Sería un fatal oncólogo”. Un error común al acompañar a alguien que vive un duelo es tratar de detener su dolor. González pone el ejemplo de Lupe, una madre que ha perdido a su hijo de seis años: si llora, darle un pañuelo es “un error”, pues envía el mensaje implícito de “cortar la emoción” o “secar la lágrima”. Acompañar es “permitir que la persona transite lo que está viviendo con legitimidad”. El experto lo compara con acompañar a quien va a vomitar: no se provoca el vómito, pero tampoco se impide. Se pone una mano en su hombro, y en silencio, se da permiso para sacar lo que necesita expulsar.Una caja de recuerdos y otros consejos Garantizar al doliente el “cordón umbilical” con el fallecido es fundamental, según el experto: “Muchos duelos crónicos que quedan congelados cumplen esa función, como mantener una habitación como un santuario o ir todos los días al cementerio”. En vez de guardar toda la ropa, el psicólogo aconseja crear una caja de recuerdos: seleccionar “10 objetos que me conecten con mi ser querido”. Por ejemplo, “una corbata que se ponía los días de fiesta, un reloj o una bota de fútbol porque me enseñó a jugar”. También sugiere escribir una biografía y empezar por definir “los títulos de los 10 capítulos”. “El primero de la de mi padre sería ‘Niño de posguerra’, porque nació en esa época. El segundo, ‘Monaguillo a la fuerza’, porque no tenía dinero para estudiar y tuvo que ingresar en una orden religiosa”.En los procesos de duelo, no se trata de olvidar: “No quiero olvidarme de la risa de mi padre, de cómo olía o de cómo cantaba. Quiero recordarlo con una tristeza sostenible”. Plantearse qué diría la persona ausente sobre temas actuales también es una forma de construir “lazos continuos”. “Yo sé que me diría mi abuela que murió en el 98 de Internet, de WhatsApp o de la guerra de Ucrania o Gaza”, asegura. También es importante “valorar las relaciones con los vivos”. González sugiere a los dolientes imaginar que solo les quedan “10 meses de vida” y pensar “qué 10 cosas harían”. Las respuestas suelen ser “cosas pequeñas”, como “pasar tiempo con mis hijos, jugar con mi perra o bailar por última vez”. En general, son actividades que podrían realizarse esa misma tarde, porque lo que más anhelan es “pasar tiempo sin prisa con la gente que quieren”. Si los duelos se complican, lo mejor es transitarlos junto a un profesional. “Somos el cubo donde vomitan los dolientes. Tú no te tienes que preocupar de mí, tienes que vomitarme toda la rabia, ira, envidia, tristeza y culpa que cuando salgas de este oasis no se te van a permitir socialmente, porque tienes que ser madre, periodista o pareja”. El duelo por la muerte de un hijo puede ser especialmente complicado. Según el experto, muchas parejas acaban divorciándose. Y no es porque no se quieran, sino porque “elaboran el dolor de forma distinta”. Lo mismo ocurre entre familias y grupos de amigos. Por eso, González insiste en normalizar la diversidad en las formas de duelo. Cada quien lo vive como puede, no como quiere.
José González, psicólogo especialista en duelo: “Hay que explicarles a los niños que todos vamos a morir” | Salud y bienestar
Shares:
