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Mariano Ozores, la risa frente a los sinsabores | Cultura

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Se muere Mariano Ozores y a la que escribe lo primero que se le ocurre decir es que por fin se ha muerto alguien de quien puede decir que ha visto casi todas las películas. No es que pretenda hacer la gracia, es el reconocimiento de la herencia cultural recibida en casa. Es recordar las mil y una veces que hemos llorado de risa viendo resoplar a Alfredo Landa en alguno de esos “sinsabores” ―que diría mi padre— que tiene la vida del que nació pobre. El dinero que no llega, el embarazo no deseado que siempre acababa en boda y en una muy probable infelicidad pero que nosotros no veíamos, empeñados —mis padres, no yo, que estaba a por uvas— en no hablar de política, pero sí prosperar como querían muchas familias de esa época. Sin estudios, pero con tanta hambre de coche nuevo, abrigo de pieles y la nevera llena como el resto. Más informaciónOzores construyó un imaginario de clase media, de franquismo y desarrollismo maquillado gracias a una generación de cómicos extraordinarios. “La españolada”, lo llaman algunos. Vuelvo a Landa, uno de los santos laicos a los que rezábamos cada vez que salía en pantalla, pero también a José López Vázquez, la primera persona a la que pedí un autógrafo en un restaurante de Oropesa del Mar; doña Concha Velasco, Gracita Morales y tantos otros. Fue hacedor de un cine popular que vieron millones de españoles y españolas, una y otra vez. Una evasión como otra cualquiera en un país cosido por el miedo y los ideales de la dictadura. Llenó mi salón de jarana, de ligereza y de muchos comentarios “oyoyoy” cuando algún señor perdía la cabeza por una despampanante señora en detrimento de la suya, los gritos sobreactuados de mi madre cuando asomaba el pecho de alguna señora o simplemente cualquier tipo de ropa interior y escenario que contuviera una cama. Los artículos al respecto hablarán de su trayectoria y de su ideología, volveremos a hablar de ¡Cómo está el servicio! y de La llamaban la madrina. Algunos saldrán de la caverna a reivindicar su cine, como si fuera una pieza más de su neorrancio nacionalismo español. Otros reconocerán con la pinza en la nariz su capacidad de “llegar a las clases populares”, como perdonándole la vida. Como si su público no supiéramos lo que veíamos y lo que buscábamos, más sainete que Bergman. Un poco de tranquilidad, por favor. Muchas de esas películas que forman parte del ocio de mi infancia y adolescencia no pasarían hoy el test de la mujer que soy hoy. Pero las vería y las veré. Y me reiré a escondidas o a mandíbula batiente, detectaré frases que no tienen un pase, agradeceré haber nacido en democracia. Aprovecharé para contarle a quien me quiera escuchar lo mucho que han cambiado las cosas desde entonces, pero ojo con darlo todo por seguro. Una batallita de las breves. Porque ya saben los que me conocen que a Lina y a Alfredo ni tocarlos. Es otra herencia recibida. Descanse en paz y gracias por las risas.


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