Cuando llegó a abrir el taller por la mañana, Mario se encontró un ramo de flores blancas en la puerta. No había tomado aún ni el primer café y apenas le dio importancia. Pero cuando volvió a salir, ya no estaban las flores y de repente todo cuadró: “¡Pucha, es porque se murió mi tocayo!”. El taller donde trabaja Mario Espinosa fue hace no tanto el bar La Catedral, el corazón de una de las grandes novelas de Mario Vargas Llosa, fallecido este domingo. Hoy apenas queda en pie la fachada de piedra, en forma de arco, y el portón de metal comido por el óxido. Dentro, los trabajadores con cascos y guantes hacen retumbar las sierras mecánicas cerca de la mesa donde, en la fábula del escritor, se sentaron más de cuatro horas Zavalita y el zambo Ambrosio a desenmarañar los demonios peruanos.Más informaciónDesvencijado, sin techo y con el suelo de tierra, el local lleva años en venta. Los trabajadores del taller dicen que muy de vez en cuando llega gente a tomarse alguna foto, pero que cualquier día los echan de ahí y tiran todo abajo. Pese a estar a unas pocas cuadras del centro histórico, no es una zona muy amigable. “Hasta el ramo de flores se robaron, seguro que algún loquito de los de por aquí”, continúa Espinosa la mañana siguiente a la muerte del escritor. Mientras, un vagabundo va juntando montañas de basura a lado de la farola de la esquina, cubierta de una madeja de cables negros.Un poco más adelante, un vecino toma el fresco mientras montan las mesas de una cafetería. Román González es un vendedor ambulante jubilado y llegó a tomarse alguna cerveza con sus amigos en La Catedral. Aquello debió ser a principios de los ochenta. Recuerda que la barra estaba a la izquierda, que enfrente se abría un amplio salón con decenas de mesas y que era un sitio popular “de gente de la sierra”, en referencia a los trabajadores que bajaban a la ciudad de las zonas rurales que rodean Lima.“Nunca fue un bar literario ni bohemio. Era un bar de arrabal en una zona picante de la ciudad”, explica por teléfono el escritor Luis Rodríguez Pastor, que lleva años organizando una ruta de los lugares de la ciudad que inspiraron Conversación en La Catedral (1969). En la novela, parece más un lugar de encuentro para intrigas de periodistas y militantes camuflados entre el gentío. Un ambiente inventado por parte del escritor, que en realidad solo visitó una vez el bar antes de escribir la novela. Fue en 1956, siendo apenas un estudiante veinteañero. Acababa de sacar de la perrera a Batuque, “el perro engreído de Julia Urquidi”, su tía y primera esposa ya por aquellos años. Antes de salir con el perro presenció cómo los empleados mataban a palos a los animales que nadie reclamaba. La escena lo dejó pálido. De vuelta a casa tuvo que hacer una parada y “medio descompuesto” entró a beber algo a un “cafetucho” llamado La Catedral. Así lo contó en su autobiografía El pez en el agua (1993).Sin amor en la avenida TacnaEl protagonista, Santiago Zavala, Zavalita, trasunto del joven Vargas Llosa, trabajaba en La Crónica, uno de los grandes periódicos de la época. El arranque es memorable y marcará el tono melancólico del resto de la novela: “De la puerta de la Crónica Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris”. Más de cincuenta años después, el paisaje no ha cambiado tanto. Siguen los cuatro carriles abarrotados de coches y flanqueados por esas fachadas de contrastes, palacetes virreinales mezclados con mazacotes de concreto, letreros de casas de cambio, puestos de jugos, sanguches de chicharrón y ese cielo lechoso, mezcla de contaminación y la humedad del mar.Portada de ‘Conversación en La Catedral’, de Mario Vargas Llosa.AlfaguaraEl cambio más evidente es que el edificio ya no es la sede de periódico, donde, por cierto, Vargas Llosa apenas trabajó unos meses mientras estudiaba en la universidad, sino un inmenso centro comercial. La gente sale con las bolsas de la compra y todos dicen conocer el libro que empieza en la entrada de este lugar, aunque pocos reconocen haberlo leído. Eso sí, todos recuerdan la frase fetiche de la novela: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Una pregunta sin respuesta que apunta a todos los males fundacionales del país y del resto de jóvenes Estados latinoamericanos, una de las obsesiones del Mario Vargas Llosa intelectual y político, que llegó presentarse a las elecciones que perdió contra Alberto Fujimori.En el Perú actual ya no mandan dictadores como El Chino, condenado por delitos de lesa humanidad —y excarcelado hace un par de años en una insólita sentencia—, o caudillos militares como Manuel Odría (1948-1956), el ogro sanguinario que funciona como villano en Conversación en La Catedral. Pero el panorama político no es muy alentador en un país que acumula seis presidentes en poco más de ocho años.La mandataria actual, Dina Boluarte, lleva apenas dos en el poder como sucesora de Pedro Castillo, encarcelado por un intento de autogolpe. Arrancó su mandato con unas protestas feroces que dejaron decenas de muertos. Ha renovado su gabinete siete veces en estos dos años. El 95% de los peruanos reprueba su gestión. Acaba de librarse de una denuncia por tratos de favor a cambio de joyas y relojes de lujo gracias al blindaje del Congreso. El mismo Congreso donde se destapó una red de prostitución tras el asesinato de una asesora parlamentaria que se encargaba de hacer pasar a las prostitutas como secretarias. Todo eso, sumado a una ola de violencia desbocada en la capital, ha llevado a Boluarte a anunciar elecciones anticipadas para el año que viene.A este Perú convulso volvió a vivir —y a morir— Vargas Llosa tras una vida de trotamundos. Durante los últimos meses, él mismo visitó alguno de los escenarios limeños de sus novelas. Apoyado en su bastón, y acompañado de su familia, el Nobel organizó una especie de paseos discretos, calculadamente planeados a horas que no hubiera mucha gente. Muchos lo interpretaron como una de sus últimas despedidas. Una de las fotos de esos recorridos, de noviembre del año pasado, muestra al escritor en su regreso a La Catedral poco antes de cumplir 87 años. Debajo del arco, frente al portón metálico, en la misma esquina donde este lunes algún admirador anónimo dejó un ramo de flores blancas en memoria de Zavalita.
Mario Vargas Llosa: despedida en La Catedral | Cultura
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