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Naomi Oreskes, catedrática de Harvard: “La ciencia es vulnerable cuando descubre cosas que amenazan a la autoridad” | Ciencia

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Son tiempos complejos para la ciencia. Convulsos, con el auge de movimientos populistas que alientan teorías conspiranoicas y líderes como Donald Trump cercenando los presupuestos de los más grandes centros de investigación del mundo. Si tuviera que mirar atrás y comparar estos días con épocas pasadas, dice Naomi Oreskes, catedrática de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard, lo que más se le asemeja es “el asunto Lysenko en la Unión Soviética (URSS)”. Se refiere a los días en los que el estalinismo promovió las teorías del ingeniero agrónomo Trofim Lysenko, que planteó, siguiendo las ya entonces refutadas teorías lamarkianas de la evolución, “la idea de que se podría aumentar la productividad de la agricultura por un proceso llamado vernalización, que consistía en exponer a las semillas a climas fríos, como si ya hubiera sido invierno y así luego las semillas germinarían antes”, cuenta Oreskes. “Fue un desastre para la agricultura soviética, evidentemente, pero también para los científicos, porque hubo científicos que dijeron que era ridículo, que eso no estaba bien, y muchos fueron encarcelados. Durante muchos años, esto fue una especie de cuento con moraleja de los males de la URSS porque perjudicaba la ciencia. Y es muy irónico que estemos viendo algo muy parecido en Estados Unidos”, reflexiona la científica.Oreskes (Nueva York, 66 años) es una de las grandes estudiosas sobre el rol de la ciencia en la sociedad. Junto a Erik M. Conway, es autora de dos obras de referencia —ambas publicadas por Capitán Swing— sobre las triquiñuelas políticas y científicas para asentar ideas falsas: en el bestseller Mercaderes de la Duda, desgranan cómo un puñado de científicos, con conexiones en la industria y la política, orquestaron una campaña para engañar al público y negar el cambio climático o los daños del tabaco. Y en El gran mito, los autores cuentan “la historia real de una idea falsa: la de la magia del mercado”, explican, en alusión a la creencia de que la mejor forma de cubrir nuestras necesidades básicas es dejar que el mercado ejerza su ”magia”, en vez de recurrir al gobierno. Más informaciónLa científica estadounidense está en Barcelona para participar en un ciclo de debates organizado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y atiende a EL PAÍS en una sala del centro cultural, pocas horas antes de su conferencia. Habla sin tapujos de la situación de la ciencia en su país y de los efectos que tendrán las políticas de Trump a largo plazo; pero también del auge de las pseudociencias y de cómo se construye la nube global de desinformación. Los ciudadanos también pueden hacer más, dice: “Muchos de nosotros hemos sido vagos. No queremos tomarnos el tiempo de investigar las cosas a fondo. No podemos decir: ‘Ah, esto es culpa de los científicos por no divulgar bien’. Los científicos tienen que esforzarse para convertirse en mejores comunicadores, pero también nosotros tenemos que convertirnos en mejores oyentes”, advierte. Y prosigue: “En muchos casos, si haces una búsqueda de Google, los primeros resultados serán desinformación y eso la gente tiene que tenerlo claro y decir: ‘Vale, los primeros resultados tal vez no sean los que más me interesa. Tengo que buscar en datos que procedan de organizaciones científicas’. Si quiero naranjas, me voy al supermercado. Si quiero ciencia, tengo que irme a páginas científicas”. La científica mira de vez en cuando atrás, a lo que dejó escrito la historia, para no perder la perspectiva en el presente. Y rememora, por ejemplo, la historia de Galileo: “A Galileo no lo atacaron otros científicos por decir que la Tierra no era el centro del universo, lo atacó la Iglesia Católica, que era la autoridad política dominante del momento. A lo largo de la historia hemos visto que la ciencia y los científicos pueden ser vulnerables cuando la ciencia descubre cosas que amenazan a la autoridad”. Pregunta. ¿Corren malos tiempos para la ciencia?Respuesta. Sí, desde luego. Y creo que en Estados Unidos, sin duda, es la época más difícil para la ciencia ahora mismo. Al menos en el último siglo, es el momento más duro desde que el gobierno estadounidense se convirtió en un bastión de la ciencia después de la Segunda Guerra Mundial.P. En su país tienen una persona crítica con las vacunas al frente de los Institutos Nacionales de Salud, Trump está recortando partidas en ciencia… ¿Cómo está viviendo usted todo esto?R. A nivel personal no afecta a mis subvenciones. Al trasladarme a Harvard hace 12 años decidí no solicitar becas federales porque me daba cuenta de que mi trabajo tenía un componente político potente y eso nos haría vulnerables. Así que tomé la decisión personal de buscar financiación privada y tuve la suerte de poder hacerlo. Pero a muchos de mis colegas y compañeros de muchas universidades les está afectando. Han perdido sus subvenciones, no saben cómo van a financiar a sus técnicos de laboratorio, a sus estudiantes postdoctorales. En las facultades de Medicina se están teniendo que sacrificar animales de laboratorio porque no hay fondos para mantenerlos. Es un desperdicio colosal de recursos. P. Le pregunto también a nivel emocional y como historiadora, por las consecuencias que puede tener esto a largo plazo. R. Creo que ahora mismo mis emociones funcionan a dos niveles. Como historiadora, me doy cuenta de que los gobiernos no siempre han apoyado la ciencia. En EE UU, el abundante apoyo federal por la ciencia es algo relativamente reciente: hasta la Segunda Guerra Mundial, gran parte de la ciencia se financiaba mediante la filantropía privada o estado por estado. Esto es algo que puede cambiar, no hay nada que dure para siempre y ya existía la ciencia antes de que el Gobierno federal se convirtiera en el mayor mecenas y la seguirá habiendo en el futuro. No creo que se vaya a ir a ninguna parte. La ciencia es antiquísima, es tan antigua como la curiosidad humana por el mundo natural. Así que no me preocupa especialmente la ciencia en un sentido amplio. Pero como persona que trabaja en ciencia, me entristece profundamente. Y me asombra que en un país moderno y sofisticado como EE UU, podamos tener líderes que se vuelvan contra la ciencia de una forma tan dramática y tan imprudente, porque es indudable que esto va a perjudicar al pueblo estadounidense y a gente alrededor del mundo.Este es el momento más duro para la ciencia en EE UU, al menos en el último siglo”P. ¿Todo lo que está pasando puede dañar la confianza en la ciencia?R. Se habla mucho de una crisis de confianza en la ciencia, pero yo creo que gran parte de esa discusión está muy exagerada, porque la mayoría de gente en la mayoría de países confía en la ciencia. Pero hay unas bolsas de resistencia, que pueden volverse significativas, sobre todo cuando hay grupos de gente que se niegan a vacunarse y perdemos la inmunidad de rebaño y los beneficios que conlleva. Lo más preocupante de lo que está sucediendo ahora es la forma en la que Donald Trump está intentando politizar los ataques contra la ciencia en nombre de la eficiencia, cosa que evidentemente no es cierta. Pero a Trump le puede salir el tiro por la culata porque está creando la oportunidad de tener una conversación sobre qué son estas agencias científicas, qué investigación hacen, por qué se financia. Eso es una oportunidad excelente para que la comunidad científica se explique mejor sobre lo que hacen y que todo el mundo acabe teniendo una comprensión más profunda del valor del trabajo científico y acabe confiando más en la ciencia a largo plazo.Naomi Oreskes, catedrática de Historia de la Ciencia en Harvard, fotografiada en el Pati de les Dones del Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona.Albert GarciaP. ¿La credibilidad en la ciencia se puede estar desmoronando?R. Los datos que tenemos no apoyan eso. Un compañero en Suiza lideró un estudio que recogió la idea de que la gran mayoría de gente sigue confiando en la ciencia. Eso es una buena noticia. Lo que debemos hacer ahora es tener más detalles, por ejemplo, en lugares donde hay una alta confianza, ¿en qué se basa esa confianza? Yo no digo que haya que confiar ciegamente en la ciencia, pero deberíamos tener una confianza informada en la ciencia basada en la evidencia. Creo que es importante explicarle a la gente qué es la ciencia basada en la evidencia, cómo lo sabemos. Si la gente aprende a hacer las preguntas correctas, descubrirán que pueden obtener información apropiada.P. En una entrevista reciente con EL PAÍS, la investigadora Anna Gilmore explicaba los trucos de las grandes corporaciones para manipular a la gente, incluso con ciencia falsa. Es complicado para un ciudadano de a pie combatir esto. ¿Cómo puede una persona distinguir entre buena y mala ciencia?R. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Gilmore y una de las cosas que dijimos en Mercaderes de la duda, es que sus mecanismos son muy sofisticados, tienen muchos trucos a su alcance. Y de una forma deliberada tratan de hacer que su trabajo parezca científico, lo disfrazan todo como si fuera ciencia con el objetivo de confundirnos. Si nos confunde, no es culpa nuestra. En cierto modo, somos víctimas de una estafa. Pero al mismo tiempo creo que hay cosas que podemos hacer. Hay un elemento crucial que hay que recordar, que es que la buena ciencia viene de organizaciones científicas, no viene de la industria, ni de los think tanks de derechas ni de los de izquierdas. Viene de los científicos. Y una vez nos damos cuenta de eso, no es tan difícil.Hay gente con fe ingenua en el progreso y en que la ciencia va hacia adelante, pero podría haber una regresión”P. En Mercaderes de la duda dicen que “la duda es crucial para la ciencia, pero también la hace vulnerable a la distorsión”. ¿Estamos ahí, instalados en la distorsión?R. Sí, creo que a todos nos pasa. La opinión pública de EE UU muestra que el pueblo americano en general entiende que el cambio climático es algo real y perjudicial. Pero mucha gente que se identifica como conservadora o es votante republicana cree que el cambio climático se debe a la variabilidad natural. Y lo cree porque eso es lo que sus líderes políticos les han contado. Hay que resistirse a eso. Hay que identificar la desinformación como tal y hay que poder decir: esto sirve a los intereses de la industria de los combustibles fósiles, que quieren seguir fabricando para ganar billones de dólares y se basan en esta información para proteger sus intereses, para confundirnos.P. Están despuntando teorías conspiranoicas, movimientos antivacunas o de gente que cree que la tierra es plana. ¿Puede haber una regresión en el conocimiento científico?R. Sí, desde luego. Hay mucha gente que tiene una fe muy ingenua en el progreso, que el mundo progresa y la ciencia va hacia adelante, y es evidente que eso no es cierto. Y sí podría haber una regresión. Yo creo que ya se ha producido porque el de las vacunas es un caso clarísimo. Hace 20 años, casi todos los estadounidenses aceptaban las vacunas para sus hijos, no había un movimiento antivacunas real. Incluso hace 10 años, los antivacunas eran un batiburrillo de gente que educaba en casa, cristianos evangélicos… No había una estructura política coherente. Sin embargo, ahora sí vemos una estructura política que conecta a los antivacunas con la derecha política. Y en EE UU esto se promueve bajo el concepto de libertad médica y eso es una extensión de cosas de las que ya hemos hablado, porque cuando la industria tabacalera trataba de promocionar su producto, lo hacía en nombre de que la gente debe tener el derecho a decidir: “No queremos que el Gobierno nos diga si puedes o no puedes fumar”. Y ahora se hace el mismo argumento acerca de las vacunas. En ambos casos, sin embargo, es un argumento defectuoso, porque cuando fumas no solo te pones a ti mismo en peligro, pones en peligro a la gente que te rodea. Y si no te vacunas, no solo eres tú quien corre un riesgo, sino que pones en peligro a la gente que te rodea.Hace años los antivacunas no tenían una estructura política coherente; ahora vemos una conexión con la derecha política”P. ¿Cómo es la gente que desconfía de la ciencia? Es muy simplista pensar que todos tontos o ignorantes.R. La gente que rechaza la ciencia no es que sea tonta o ignorante necesariamente. Ese es uno de los argumentos principales que planteamos en Mercaderes de la duda: los principales negacionistas climáticos eran científicos famosos, hombres brillantes. La pregunta que nos hicimos fue por qué hombres con tanta formación rechazaban la ciencia sobre el clima y, claramente, la respuesta no era por ignorancia. La mayor parte de la gente dio por hecho que la respuesta era dinero y sí que había dinero cambiando de manos, pero en general era político. Lo que los motivaba era la ideología y el fundamentalismo de mercado: la ideología de que si uno confía en los mercados, el interés propio de la gente lo resolverá todo y todo irá bien.


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