Un temblor… Para quienes la conocían de cerca, la poderosa presencia en imagen de Almudena Grandes (Madrid 1960-2021) nada más aparecer en pantalla dentro del documental que le dedica Azucena Rodríguez produce ni más ni menos que eso: un temblor. Inmediatamente, retornan a la vida su voz ronca, la sonrisa partida por los dos dientes incisivos superiores, su carisma visceralmente moreno, el arrastre apasionado que encendía en quien la escuchaba contar lo que había leído o escrito en cualquier momento, sus pertinentes teorías de identificación con héroes como Ulises o con la paciencia de Penélope, con las peripecias galdosianas y su más que pertinente paralelismo entre la literatura y la cocina.Más informaciónY, sobre todo, esa alegría contagiosa, esa cabezona autoexigencia a la hora de demandar justicia por nuestros desvaríos, pero nunca desde el rencor, siempre contra el odio, con la bandera luminosa de la alegría.Es una de las palabras que mejor la definían y a la que sus hijos, Mauro, Irene y Elisa, o su marido, el poeta Luis García Montero, y sus mejores amigos, pese a la tristeza que les produce su ausencia, se han impuesto como una lealtad para recordarla y mantener vivo su legado. Y es la emoción que principalmente despide Almudena, el documental que se estrena esta semana en cines, producido por Gerardo Herrero y Mariela Besuievsky, quienes solían adaptar sus novelas al cine. “Ni un rastro de tristeza en el recuerdo, eso es lo que sirve para hacerle justicia”, asegura Rodríguez. “Almudena veía en la alegría una forma de resistencia”, asegura García Montero. Para el poeta, la felicidad es una palabra que encierra cierta soberbia. “El contrato social ilustrado se hace en torno a la felicidad pública. Pero quien tiene ojos para mirar la realidad no puede identificarse mucho con ella porque hay gente que sufre constantemente. Sin embargo, la palabra alegría puede convertirse en ese estado de ánimo pegado a la piel de la gente dispuesta a luchar por la mejora del mundo, aunque veamos grietas en él. Yo creo que Almudena era consciente de eso”.Y lo aplicaba en casa y en la calle. “Fue muy consciente de la gravedad de su enfermedad. Pero cuando se mostraba segura de salir adelante mantenía una actitud positiva que era una forma de cuidarnos a nuestros hijos y a mí. Para protegernos. Comprendí entonces que la alegría en ella se convertía en una estrategia vital para seguir resistiendo”.La escritora Almudena Grandes, durante un discurso en el pregón de San Isidro.Relabel ComunicaciónPor eso quienes la quisieron no renuncian a esa onda expansiva. “Es el mejor estado de ánimo para recordarla entre nosotros. Una manera de cuidarla”, asegura García Montero. Y la mejor estrategia también para darla a conocer entre quienes no han llegado aún a su obra y lo que representaba. Para ello, Rodríguez se ha querido centrar también en el proceso creativo. Empezó a rodarlo en vida y plenitud de la autora, cuando aún no se le había diagnosticado el cáncer que acabó con su vida en noviembre de 2021. “Empecé para dar cuenta de su categoría como creadora”, afirma la cineasta. “Tiene una dimensión enorme como escritora capaz de conectar con miles de personas en todo el mundo. Quería que me contase su proceso de trabajo, me fascinaba asistir a eso”.Pero llegó la pandemia, su enfermedad y la muerte. Aquel golpe desbarató los planes de la directora, pero Herrero y Besuievsky le animaron a terminarlo. “Me impresionaba mucho sentarme a ver esas imágenes. Sin embargo, el cine tiene la virtud de que a través suyo podamos reírnos un poco de la muerte. Esa posibilidad de poder volver a hacerla presente, de que quienes la conocen la vean y quienes no se acerquen a ella por primera vez me animó a mí, cuando todavía me duelo mucho de su ausencia”, confiesa su amiga. “La veo en pantalla y me impresiona, pero me calma. En el montaje me costó, debía de parar a menudo para seguir. A pesar de todo, me consuela, me alegra mirarla, tiene tal poderío…”.Luis García Montero y la novelista Almudena Grandes durante su matrimonio civil, celebrado en el Ayuntamiento de la localidad granadina de Santa Fe en 1996.JUAN FERRERAS (EFE)A partir de ahí, el repaso que sobre todo Grandes y su familia hacen sobre su propia trayectoria marca el documental. Desde una infancia con padres aficionados a la literatura a los tiempos en que a fuerza de jornadas donde sonaba el despertador a las cinco de la mañana para, antes de llevar a su hijo Mauro al cole y luego irse a trabajar a la editorial Anaya, le cundieran las horas para la escritura de su primera novela, Las edades de Lulú. Aquella obra lanzó su carrera con el Premio Sonrisa Vertical en 1989, y años después, Mario Vargas Llosa sostuvo que había supuesto un hito para contar la transición española. Grandes manejó su primer éxito con inteligencia. A partir de ahí decidió qué tipo de escritora quería ser hasta convertirse en una autora fundamental en español a nivel global.La elección de una senda fiel a referentes como Benito Pérez Galdós explica toda una filosofía ética y estética en la autora. “Esa apuesta por hacerse entender, la encuentra en la defensa a ultranza que ella u otros escritores como Antonio Muñoz Molina hacen en los años noventa de Galdós”, comenta García Montero. “No quieren condenarse a la idea de que la buena literatura y la calidad tenga que ver con la dificultad, ni con romper el contacto con el lector. Cuando lo llevan a cabo inician así un acto de rebeldía, sobre todo, porque lo llevan a cabo en una época en la que todo soplaba en contra. Pero los lectores se lo reconocen”. Por eso también y por ese aura popular, su presencia continua anda tan presente en el nombre de las calles o bibliotecas que le dedican y hasta en la estación de Atocha hoy rebautizada en su honor.El poeta y marido de Almudena Grandes, Luis García Montero, deposita un ejemplar de su libro ‘Completamente viernes: 1994-1997’ en la tumba donde ha sido enterrada la escritora.Olmo CalvoLos lectores se convirtieron también, ni más ni menos, “en el reducto de su libertad”, dice Azucena Rodríguez. Fue fiel al mismo sello editorial toda su vida, Tusquets, precisamente porque sabía que ahí construía su propia comunidad de fieles lectores sin despistarlos. Una comunidad que la siguió y fue en aumento en base a una carrera sólida, con pasos medidos pero arriesgados y que la llevó de Las edades de Lulú o Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango y Atlas de geografía humana a otras como Los aires difíciles o El corazón helado, en la que logró su reto de tramar una obra de mil páginas. No se quedó ahí y continuó en la línea abierta por aquella fundamental novela para construir su serie Episodios de una guerra interminable. Había proyectado seis novelas, pero acabó cinco: Inés y la alegría, El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita, Los pacientes del doctor García y La madre de Frankenstein. La que iba a titularse Mariano en el Bidasoa quedó inconclusa. La primera etapa de su trayectoria retrata con gozo, pero también entre encrucijadas de dolor y fracasos, según García Montero, “el rescate de la educación sentimental de las mujeres al final del franquismo, lo que les hizo evolucionar colectivamente desde los planteamientos cerrados de la sección femenina de Pilar Primo de Rivera”. En la segunda, desde El corazón helado a los episodios, penetra en el trauma de la guerra y la dictadura. Se convierte en referente básico como escritora de la memoria.No pudo terminar ese proyecto que le llevó más de una década, pero lo que logró acometer queda. Mantiene su éxito y conexión con nuevos lectores que siguen respondiéndola. No hay más que ver la reciente salida de sus artículos reunidos en el volumen Escalera interior. Lleva cuatro ediciones y rezuma la cotidianeidad de su madriñelismo abierto, heredero de los aires de la Segunda República, pero también a este presente en que tanto le gustaron los nuevos colores de piel y variados acentos, como reivindicó en su pregón a las fiestas de San Isidro de 2018. El aliento de GaldósEsas últimas novelas quedaron trazadas para el siglo XXI con el aliento que Galdós había dejado con las suyas y sus Episodios Nacionales en el XIX y el XX. Las construyó leal a quienes padecen la historia, a quienes se ven obligados a lidiar con ella, sobrevivirla y, aun así, en la medida de lo posible, dejar rastros de bondad y belleza frente a la maldad y la violencia que los acecha y envuelve.A ella le tocó abordarlo en plenitud y en libertad durante el periodo más luminoso de nuestra Historia. Disfrutando de su vocación tanto como de su familia y amigos. Entregada también al arte de la cocina y a otras pasiones, a lecturas eclécticas que iban de grandes clásicos y su obsesión por Homero a Stephen King o la saga Juego de Tronos, que comentaba con sus hijos, junto a quienes también compartía el fervor por el Atlético de Madrid. Le faltó concretar una comida con el Cholo Simeone, pero sin duda sintió aquel minuto de silencio que retumbó en el Metropolitano tras su muerte.
Un documental de Azucena Rodríguez retrata a la escritora madrileña mediante imágenes inéditas y testimonios propios de la autora y su familia: Almudena Grandes o la lealtad de recordarla con alegría | Cultura
8 min
