Brian Masse representa en el parlamento federal de Ottawa, capital de Canadá, al distrito de Windsor Occidental, en el punto más caliente de la frontera con Estados Unidos. Tiene 57 años, suficientes para recordar cuando “bastaba con el carné de la biblioteca” para cruzar al otro lado del río, donde aguardan los elegantes rascacielos art decó que hablan de la grandeza de Detroit de hace un siglo.Hoy, en un ambiente de creciente desconfianza entre ambos países, viejos amigos enfrentados por las amenazas de anexión y la guerra arancelaria de Donald Trump, ni siquiera un pasaporte en regla garantiza un plácido cruce por tierra: las acusaciones de que Canadá no hace lo suficiente para detener un tráfico de fentanilo que en realidad es casi inexistente han hecho que los funcionarios redoblen su celo en uno de los lados, mientras los agentes aplican en el otro una mano aún más dura a quienes llaman a las puertas de Estados Unidos. Abundan las historias de esperas de varias horas, o algo peor: a finales de marzo, una migrante guatemalteca indocumentada que tomó el puente de la frontera por error acabó retenida durante cinco días junto a sus hijos y ahora se enfrenta a su deportación.Entre Detroit y Windsor hay dos pasos: un túnel que no soporta el tráfico de camiones y el Ambassador Bridge, donde quedó atrapada esa mujer. Es un majestuoso puente colgante de 2,3 kilómetros por el que pasa la cuarta parte de las mercancías que se intercambian los dos socios comerciales. Eso lo convierte en el cruce fronterizo más atareado de Norteamérica por volumen comercial, con unos 10.000 vehículos pasando cada día en ambas direcciones.Masse, que se presenta a la reelección por novena vez en las elecciones del 28 de abril como candidato de la cuarta formación del país, el Nuevo Partido Democrático (centro-izquierda), lleva décadas trabajando para desbancar al Ambassador como el símbolo de una relación bilateral ahora súbitamente fracturada. Si los plazos se cumplen, ese momento llegará en otoño, cuando se inaugure otro puente, el Gordie Howe, cuya inversión de 6.400 millones de dólares canadienses (unos 4.000 millones de euros) proviene del Gobierno federal.Está a unos cuatro kilómetros al sur. Cobrará peaje ―Masse no confirma cuánto, pero se espera que sea más bajo que los nueve dólares del Ambassador― y contará con seis carriles y una vía para peatones y ciclistas. La española FlatironDragados lidera el consorcio internacional encargado de su diseño, construcción, operación y mantenimiento durante 30 años. Con una luz principal de 853 metros, batirá el récord, con 2,5 kilómetros de longitud, como el puente atirantado más largo de Norteamérica y será el quinto del mundo. Con él, las autoridades buscan sacar el tráfico de camiones del centro de Windsor y conectarlo con las autopistas de la zona pero, sobre todo, afirma Masse, acabar con la “anomalía” que supone que la explotación del Ambassador esté desde hace 96 años en manos privadas.“Es una gran inversión”, admite el político en una entrevista en Windsor en el cuartel general de su campaña, “pero es necesaria; no tiene sentido que un tráfico tan importante dependa de un multimillonario estadounidense que se ha portado muy mal con esta comunidad”. Masse se refiere a Manuel Matty Moroun, que compró el Ambassador Bridge en 1979 por 30 millones de dólares estadounidenses a los anteriores propietarios de una infraestructura que se construyó por iniciativa privada. Sus herederos (el empresario murió en 2020) controlan también las tiendas libres de impuestos tanto del puente como del túnel y han continuado la cruzada del padre, un hombre hecho a sí mismo que hizo todo lo posible por evitar la construcción del Gordie Howe; desde presentar demandas en los tribunales en busca de una indemnización por daños y perjuicios hasta financiar campañas de candidatos republicanos de Míchigan que se oponen a su apertura. “Si tardamos 100 años en recuperar la inversión, habrá merecido la pena, aunque sea por los beneficios medioambientales y de regeneración del tejido urbano”, dice Masse sobre una ciudad cuyo centro brotó en torno al viejo puente.El primer ministro de Canadá, Mark Carney, habla a la prensa el 26 de marzo con el Puente Ambassador de fondo, en Windsor (Ontario). Blair Gable (REUTERS)La apertura del Ambassador marcó un antes y un después en las relaciones comerciales entre ambos países. “Los turistas lo usaban en ambas direcciones, lo que contribuyó a una importante presencia estadounidense en el verano más fresco de Canadá, antes de la generalización del aire acondicionado”, escribe el eminente historiador Robert Bothwell en Your Country, My Country (Tu país, el mío), un interesante ensayo sobre las vidas cruzadas de Canadá y Estados Unidos.“Curiosamente”, indicó Bothwell el viernes en una entrevista telefónica desde Toronto, “hace tiempo que mis compatriotas hacen el camino contrario, y viajan al sur en busca del calor”. “O lo hacían, porque desde que empezaron las amenazas de Trump no conozco a nadie con ganas de viajar a Estados Unidos”, remarca. A Bothwell, que solía visitar con frecuencia Washington, también se le han quitado: “No quiero que me confisquen el teléfono móvil y tener un problema con inmigración”.El historiador explica que el puente se convirtió en el símbolo del auge de la industria automovilística de Detroit y que muchos en esa zona de Ontario emigraron al otro lado del río en busca de trabajo. “El Ambassador también impulsó la inversión estadounidense: en esa época, compañías como Chrysler o Ford abrieron sucursales en Ontario, para crear algo así como un espejo de la industria automotriz de Míchigan. También fue una década de aranceles altos, así que el comercio se resintió”. Hoy, Windsor podría parecer un suburbio de Detroit si no fuera por la enorme bandera con la hoja de arce que ondea, estos días con aire desafiante, al final de la avenida Ouellette.Brian Masse, miembro del parlamento federal por el distrito de Windsor, el pasado 1 de abril en el cuartel general de su campaña.I. S.Sobre el nuevo puente, Bothwell dice que nunca se habría construido “de no ser por el empeño desesperado del Gobierno canadiense hace 15 años”. “Entonces nadie podría haber imaginado que llegaría Trump, con sus aranceles y sus restricciones al comercio de coches y amenazaría con convertir el Gordie Howe en un monumento al pasado más que en una infraestructura de futuro. Si [el presidente estadounidense] cumple con sus promesas, retrocederemos 100 años, hasta la edad dorada de los aranceles”.La gloria del hockeyTampoco era posible saber que cuando el primer ministro conservador Stephen Harper decidió unilateralmente bautizar el puente con el nombre de la mayor gloria del hockey (contra el criterio de parlamentario Masse, que abogaba por “una votación popular para escogerlo”) su apertura coincidiría con la resurrección de Howe como símbolo nacional. Su grito de guerra en la pista de hielo, “elbows up” (literalmente, codos arriba), se ha convertido en un eslogan para los canadienses que no piensan dejarse avasallar por Estados Unidos en esta nueva era de las relaciones bilaterales.El primer ministro actual, Mark Carney, usó el lema en el vídeo con el que lanzó su campaña electoral como candidato por el Partido Liberal a las elecciones de este mes después de suceder a Justin Trudeau al timón de un barco en mitad de la tormenta. La sombra de Trump ha dado la vuelta a las encuestas, que a finales del año pasado daban por hecho un triunfo de los conservadores. Carney está estas semanas tratando de cimentar ante un electorado que no lo conoce su imagen de economista (fue gobernador de los bancos de Canadá y el Reino Unido) que además está dispuesto a plantar batalla al vecino abusón. Para ello, echa mano de puestas en escena como la del 26 de marzo pasado, cuando escogió el fondo del Ambassador para responder al anuncio de que Trump impondrá aranceles del 25% a los coches extranjeros. Son, dijo, Carney, un “ataque directo” contra Canadá. “Defenderemos a nuestros trabajadores. Defenderemos a nuestras empresas. Defenderemos a nuestro país”.Los coches ocupan el segundo lugar en la tabla de exportaciones de Canadá, cuyo principal socio comercial es Estados Unidos. El sector emplea a 125.000 personas directamente y a casi medio millón más en industrias relacionadas. En Windsor, la capital de del motor de este lado de la frontera, la amenaza del estrangulamiento de la industria del automóvil y las consecuencias en los comercios, supermercados y restaurantes ocupan estos días todas las conversaciones. No hace falta echar a volar demasiado la imaginación: entre el momento en el que Trump confirmó el 2 de abril los aranceles a los coches importados y el anuncio al día siguiente de Carney de que Canadá respondería con un gravamen recíproco, Stellantis decretó el cierre durante dos semanas de la planta donde se ensambla la minivan Chrysler Pacífica y el Dodge Charger Daytona y mandó a sus 3.000 trabajadores a casa hasta el 21 de abril.Atardecer en el puente Gordie Howe, desde el lado canadiense. WDBA CorporateEl ambiente a las puertas de la fábrica era ciertamente más sombrío en esas horas que el que se adivinaba desde una gasolinera abandonada en tierra firme entre quienes construyen contra reloj el nuevo puente Gordie Howe. En junio del año pasado, lograron el hito de unir la mitad estadounidense y la canadiense sobre el río Detroit. El eslogan de la ambiciosa obra de ingeniería se enorgullece de “conectar Norteamérica sin sobresaltos”, y en esas están, al menos en lo tangible.Masse dice confiado que “los presidentes pasan y los puentes permanecen”, pero con ambos lados asomándose a una crisis económica inducida ya no es tan fácil dar en Canadá por hechas esas palabras, como tantas otras, con la tranquilidad de hace solo unos meses, antes del regreso triunfal de Trump al Despacho Oval. La sensación entre muchos habitantes de esta parte del mundo es que esos meses están durando toda una vida.
Un nuevo puente sobre la frontera canadiense rota por Trump | Internacional
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