“Llego tarde a la prisión”, repite cada pocos minutos Dani, un sirio de 28 años que recobró la libertad en diciembre, cuando milicianos insurrectos abrieron las puertas de la cárcel central de Sueida, en el sur del país, antes de poner fin a medio siglo de dictadura de la familia El Asad. Cree que tiene “75 años” y a pesar de que nunca puso los pies en Egipto, afirma ser de allí, y lo cuenta con un marcado acento de la provincia siria de Homs. Se frota las huesudas manos sobre la cama y arrastra las palabras, efecto de los antipsicóticos que toma para tratar los traumas de seis años en las mazmorras del régimen de Bachar el Asad. Sus padres lo ingresaron en el hospital psiquiátrico de Ibn Rush de Damasco el pasado 12 de enero, sin que los médicos hayan logrado aún que el joven cuente qué le hicieron.Siria afronta los traumas de una larga guerra civil con una red sanitaria deficiente y escasa que apenas cuenta con un centenar de psiquiatras. La ONU estima que uno de cada 10 sirios experimenta una afección de salud mental leve o moderada, mientras que uno de cada 30 sufre de una más grave. La exposición prolongada al conflicto ha aumentado la prevalencia de trastornos mentales.Dani (así lo llaman en el hospital) fue llamado en 2018 al servicio militar obligatorio. A los pocos meses, sus padres dejaron de recibir noticias suyas. “Dani reapareció el pasado diciembre en un vídeo que fue compartido en redes sociales, donde un hombre decía que lo había encontrado deambulado por la calle”, cuenta Massa el Maari, psiquiatra a cargo de los pacientes excarcelados ingresados en Ibn Rush. Son 19 antiguos presos entre los 50 internos del hospital. La mayoría son veinteañeros.El joven solo pregunta por Abu Omar, el hombre que lo encontró sin rumbo en Sueida, que le dio cobijo y afecto durante días hasta que su familia lo localizó. Lejos de poner fin a la pesadilla que han sufrido, sus padres viven un segundo calvario con un hijo retornado que ni les reconoce y que les acusa de secuestrarle. Con 100.000 desaparecidos en la guerra, miles de familias prosiguen la interminable búsqueda de sus allegados, que se tragaron las fosas comunes o las mazmorras. Es el caso de la de Alí, cuyo rostro empapela las calles de los mercados del centro de Damasco con una foto que marca el “antes” de ser encarcelado, y otra el “después”, junto con los teléfonos de contacto. En las redes, las fotos se cuelgan en las páginas de Facebook en un desesperado anhelo de arrancar alguna información sobre los suyos.La doctora Massa el Maari (centro) y Dani (izquierda), un joven sirio de 28 años que recobró la libertad el pasado mes de diciembre cuando milicianos insurrectos abrieron las puertas de la cárcel central de Sueida, al sur del país.Natalia SanchaDurante dos meses, su familia le ha mostrado fotos y contado historias de su infancia, traído a sus amigos, pero Dani ha perdido completamente la memoria para esconder los horrores vividos en algún pliegue de su cerebro. Ya no sabe quién es. Ahora comparte cuarto con otros pacientes a quienes también les han robado entre rejas la dignidad y la cordura.Varios han llegado de Saidnaya, a las afueras de Damasco, bautizada como “el matadero humano” porque en sus intramuros la tortura y la muerte se acometían de manera industrial. Los presos liberados llegan con numerosos problemas médicos consecuencia del maltrato físico, apunta Al Maari: “Muchos llegan con la mitad de los dientes arrancados, las mandíbulas rotas a golpes y casi todos con problemas de la vista. La mente es lo menos urgente para ellos”. Con las camas contadas, en Ibn Rush solo son internados aquellos que representan un peligro para los demás o para sí mismos.“La mayoría de los internos y pacientes externos que tratamos sufren depresión, estrés postraumático o brotes psicóticos”, explica el doctor Ghandi Farah, director del hospital. Solo cuenta con cuatro psiquiatras entre los ocho médicos residentes. La plantilla se ha reducido a un cuarto desde el inicio de la guerra. El hospital, que lleva el nombre del filósofo y médico andalusí musulmán Averroes, es uno de los cuatro psiquiátricos estatales con los que cuenta un país en el que la mitad de las instalaciones médicas han sido dañadas o destruidas.Los hospitales están subvencionados, al igual que la medicación. En total, no llegan al centenar los psiquiatras en todo el país, para una población de 17 millones de sirios que han estado expuestos a 14 años de violencia y pobreza. Unos 75 especialistas están en la zona que permaneció bajo control del régimen, según datos recogidos por la prensa local en octubre durante un seminario de la Asociación Siria de Psiquiatras. Los médicos estiman que harían falta unos 10.000 expertos. La gran mayoría de médicos huyó en 2015 con la oleada de refugiados y son pocos los jóvenes sirios que optan por una especialización mal pagada y estigmatizada socialmente al considerarlos “loqueros”. “Necesitamos formación especializada para nuestros médicos sobre los casos de víctimas de torturas”, prosigue el director del hospital Ibn Rush, quien vaticina un estallido de casos en la posguerra que se abre en el país.A la falta de personal y de camas se añade la de fármacos debido a las sanciones impuestas sobre el país y el bombardeo de la antes importante industria farmacéutica siria. En la última década, se importaban medicamentos rusos o iraníes, menos efectivos que los europeos.Los familiares de los 100.000 desaparecidos de la guerra Siria buscan a los suyos en un duelo eterno. Algunos han visto a su familiar en vídeos compartidos en redes sociales, que están desorientados tras años de torturas, y comparten la foto y teléfono de contacto en los muros de Damasco y de los hospitales, como la de este hombre, Alí.Natalia SanchaEl director del hospital psiquiátrico de Ibn Rush de Damasco, el doctor Ghandi Farah, en su despacho.Natalia SanchaEn el hospital psiquiátrico de Ibn Jaldún, la medicación está subvencionada por el Gobierno, pero están agotando sus reservas, por lo que han tenido que bajar las dosis que les dan a los pacientes. Las sanciones internacionales y la destrucción de las industrias farmacéuticas hacen que los fármacos sean escasos.Natalia SanchaEn un informe de 2020, la ONU ya advirtió que el 75% de las personas con trastornos de salud mental no recibían tratamiento alguno, situación que se agravó de forma generalizada con la pandemia en 2020. La gota que colmó el vaso fue el terremoto que sacudió el norte del país en 2023 dejando más de 7.000 muertos y una ola de depresiones y estrés postraumático en la zona insurrecta con dos psiquiatras para cinco millones de personas.Un hombre con el cuerpo marcado de heridas y la piel cubierta por una gruesa costra de suciedad se abraza a sí mismo desconcertado, como para protegerse de los hombres que le cargan en la camilla de la ambulancia que le traslada al hospital psiquiátrico Ibn Jaldún, en las afueras de Alepo, segunda ciudad más poblada de Siria. Aparenta estar en la cincuentena y su barba está cuidada, de lo que Ahmed Dakak, residente psiquiatra del centro, deduce que ha sido abandonado. La estigmatización en las sociedades árabes lleva a considerar a estos pacientes como poseídos por los “yin”, espíritus, y acaban siendo abandonados por sus familias. El centro tiene 60 trabajadores, entre seguridad, enfermeros y los nueve médicos, cinco de ellos, como Dakak, especializados en psiquiatría para atender a la mitad de las 14 provincias sirias.Un hombre que deambulada desconcertado por las calles de Alepo es ingresado en el hospital psiquiátrico Ibn Jaldún, en las afueras de Alepo, el pasado 10 de febrero.Natalia SanchaPobreza y enfermedad mental van de la mano. “Las familias ya tienen bastante con llegar a final del día como para hacerse cargo de un enfermo”, explica este médico, que proviene de una conocida familia de psiquiatras. “El 20% de los 130 pacientes internos que atiende el hospital son recogidos de la calle”. Los sin nombre son rebautizados por el personal para poder dirigirse a ellos. El recién llegado es trasladado hasta las duchas a través de un pasillo en el que varios pacientes, vestidos con uniforme azul, le siguen con la mirada sin dejar de engullir la comida caliente que reciben antes de la medicación. “Nos estamos quedando sin fármacos por lo que tenemos que racionarla”, explica un enfermero.La mayoría de los pacientes ha sufrido una enfermedad mental durante la guerra por un trauma irreversible. En el pabellón reservado para las mujeres, las 27 pacientes se agolpan aferradas a las rejas de la puerta que da a los dormitorios. La mayoría no superan los 30. En la sala de enfermeras, Marua va apilando las carpetas de cada paciente leyendo los diagnósticos. Dos elementos se repiten en media docena de casos: “Única superviviente en un bombardeo” y “abuso sexual”. Las mujeres son doblemente vulnerables en la guerra, expuestas a la violencia doméstica, a violaciones y secuestros, cuentan las enfermeras.Nada, de 20 años, lleva seis años entrando y saliendo del centro.Hace seis años que un bombardeo de cazas rusos o sirios destrozó su vida. El destino quiso que Nada sobreviviera a un ataque que dejó a sus tres hermanos y padres despedazados sobre las alfombras del salón. Ella había ido al baño. Incapaz de digerir la escena, la joven sufrió un brote de trastorno bipolar. Tenía 14 años y fue acogida por una tía, para quedar más tarde embarazada tras ser violada por uno o varios de sus primos. Su niña, que debe tener ahora unos cuatro años, fue abandonada en un orfanato. Nada viste un chándal morado y lleva el pelo recogido bajo un gorro con rallas blancas. No tiene consciencia de la existencia de su hija. Tampoco de la caída del régimen de Bachar el Asad. Mantiene las manos cruzadas sobre el regazo: “Señorita, me gustaría volver a casa. ¿Cree que mi tía vendrá pronto a buscarme?”.La enfermera Marua (centro) conversa con Nada (derecha), de 20 años, que lleva los últimos seis entrando y saliendo del Hospital Psiquiátrico Ibn Jaldún en la periferia de Alepo.Natalia Sancha
Un puñado de psiquiatras para una Siria traumatizada tras 14 años de guerra civil | Internacional
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