
Víctor Bermúdez volvió en septiembre a su instituto público de Mérida, donde da clase de Filosofía, después de cinco años en el Ministerio de Educación, donde ha coordinado la redacción de los actuales currículos de su materia y de varias más, como Historia. Acaba de publicar con otros autores Defensa de la enseñanza de la Filosofía: trayectorias en Iberoamérica (Aula de Humanidades), libro en el que explica que para entender por qué en España se enseña Filosofía en secundaria, y no sucede lo mismo en el centro y norte de Europa, hay que remontarse a las guerras de religión del siglo XVI. Durante una hora de entrevista, Bermúdez repasa la historia y características de su asignatura, para lanzarse después a hablar de cómo ve a los chavales y la escuela, la parte que, puestos a elegir, se recoge aquí. Nacido hace 57 años en Barcelona y criado en Triana, Sevilla, responde a las preguntas por videollamada desde el estudio de su casa. La cámara muestra el espacio acogedor donde trabaja alguien que no es precisamente un maniático del orden.Pregunta. Afirma en el libro que una de las preocupaciones del profesorado en España es que el alumnado presenta “dificultades generales de atención, comprensión y expresión”. ¿La comparte?Víctor Bermúdez, en el patio del instituto Santa Eulalia de Mérida.PACO PUENTESRespuesta. Es una pregunta muy complicada. No es algo solo o específico de la materia de Filosofía. Como profesor creo que estamos en un momento de gran desconcierto educativo. Hemos perdido casi totalmente el control del proceso educativo de los chicos y las chicas, de los futuros ciudadanos. Y en gran medida la educación que seguimos dando en los centros educativos es un poco un simulacro.P. ¿Por qué?R. En primer lugar, se han desbocado los cauces de obtención de información. No hay quien los controle, porque en gran medida pertenecen a ámbitos privados. Empezando por las empresas que suministran herramientas no solamente de obtención, sino ahora de producción de información a través de la inteligencia artificial. La escuela no sabe cómo actualizar el lenguaje educativo para que pueda competir con eso. En segundo lugar, creo que la escuela está renunciando a su objetivo fundamental, que era generar una especie de cultura general común a toda la ciudadanía, que pudiera servir no ya para obtener trabajo, sino para generar unos vínculos comunitarios, unas referencias comunes, y una formación moral que permitiese a las personas afrontar el mundo. La educación está fracasando en esto y no porque no haya voluntad. Veo a mis compañeros y compañeras trabajando como locos por intentar enganchar al alumnado. Pero no sabemos cómo competir con, cómo llegar a, ni tampoco qué impartir. Y no sabemos cómo recuperar ese fondo de cultura general, de referentes culturales comunes que los chicos no llegan a compartir con nosotros.P. Pero ¿tienen más dificultades de comprensión y expresión?R. Hay dificultades, eso es innegable, para comprender textos escritos y para expresar por escrito contenidos complejos de una forma también compleja y amplia. Es decir, hay dificultades para expresarse en el lenguaje en el que tú y yo nos hemos educado.P. ¿Cree que en ello influye el entorno en el que se están criando fuera de la escuela: las pantallas, los móviles, las redes sociales…?R. Sí, y ahora la inteligencia artificial. No es que en general comprendan menos; comprenden menos y se expresan peor en determinados códigos. Con esto no quiero ser relativista; no creo que cualquier forma de comunicación sea igual de buena, creo que el lenguaje verbal es mucho mejor que otros, porque pensamos con él. Como les digo a mis alumnos, si no escribes bien y no hablas bien, tampoco puedes pensar bien. Pero tampoco quiero decir que los chicos sean tontos. Son muy listos y tienen un potencial enorme. A mi juicio, desaprovechado porque no están aprendiendo todos los lenguajes que deberían estar aprendiendo y dominando.P. ¿Qué le preocupa del uso que hacen de la IA? R. Lo que temo no es ya que los chicos usen la inteligencia artificial, que la usan y mucho. Sino que muchos la utilizan ya sin picardía porque realmente creen que es una herramienta para que ellos puedan expresarse mejor. Un poco como el autotune, el aparato que hace que parece que cantas afinado aunque no lo hagas. Llegan a creer que esa expresión es fruto de su colaboración con la máquina, cuando en el fondo la máquina lo hace prácticamente todo. Muchos se están engañando con eso. La escuela tendría que aprovechar las herramientas que le proporciona la inteligencia artificial para educar, que es muy aprovechable, aunque habría que cambiar el propio concepto de evaluación. Pero no creo que ese sea el elemento fundamental del desconcierto.P. ¿Cuál es?R. Que se está disgregando a marchas forzadas ese ámbito que antes llamábamos cultura general, y que hacía que pudieras hablar con cualquier ciudadano de Cervantes o que un chico supiera dónde está Egipto. Un magma simbólico y de ideas que pueda amueblar la convivencia. Hay muchos chicos que no saben, por ejemplo, situarse históricamente de forma clara, y hablo de chicos de segundo de Bachillerato.P. ¿A qué lo atribuye?R. Creo que tiene que ver con que la educación en los últimos años se está centrando fundamentalmente en procedimientos. Que el chico o la chica sea capaz de desarrollar ciertas habilidades. Pero esto tiene el problema de que se pierda ese idioma común que antes era la cultura de, no sé, los europeos, por hablar de un ámbito cultural más concreto. Por un lado, la globalización ha roto, y tiene su parte positiva, esa burbuja cultural europea y de cada uno de sus países. Pero por otro, no ha dado nada para sustituir ese hueco cultural. Ese idioma de conceptos, contenidos, problemas comunes a nivel cultural, filosófico, político. De forma que cada vez nos comunicamos peor, cada vez nos entendemos menos. Y esto también está canalizado por el fenómeno de la polarización política y, en general, de la superficialidad de la comunicación que protagonizan fundamentalmente las redes globales. Una comunicación basada sobre todo en el consumo de productos muy simples, muy prefabricados.P. ¿Qué papel le queda a la escuela?R. Ese espacio de formación pública, dependiente únicamente del Estado, que es especialmente la escuela pública, es un reducto cada vez menor de interacción entre la ciudadanía. Se va empequeñeciendo frente al mercado global de comunicación, de formación y ahora ya de producción de información de las empresas privadas. Donde no hay referentes compartidos, un idioma cultural común que te permita plantear problemas profundos y encontrar un interlocutor. Sino que hay un nivel muy superficial de información, y básicamente una gran soledad individual, existencial, especialmente entre los jóvenes. Y no es solo aquí. A nivel mundial la escuela está perdiendo protagonismo.P. ¿Puede hacer algo la filosofía al respecto?R. Llámame si quieres ingenuo, pero sigo teniendo confianza en que la filosofía, la competencia filosófica, podría ser un cierto revulsivo para que la educación articule algo que permitiese a los chicos defenderse un poco de la agresión que sufren continuamente del entorno. Lo que no sé es cómo no tienen más problemas mentales. Si no tienen herramientas conceptuales, conceptos con los que comprender, categorías con las que ordenar la información, capacidad para hacer mapas mentales integrando lo que viene de aquí y de allá, no sé cómo podrán estos chavales afrontar no solo lo que hay, sino lo que se les viene encima. Porque se les viene encima una crisis ecosocial enorme, no sé si un contexto prebélico o bélico… En fin, igual es que soy ya muy viejo.El profesor de Filosofía, Víctor Bermúdez, en uno de los patios del instituto Santa Eulalia de Mérida.PACO PUENTES
Víctor Bermúdez, profesor de Filosofía: “Hemos perdido el control del proceso educativo, lo que damos en clase es en gran medida un simulacro” | Educación
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