Los seis días de crisis interna en el vestuario del Madrid tras el grave desaire de Vini a Xabi acabaron con una decisión con aires salomónicos del técnico. El brasileño volvió a ser sustituido, sí, en el minuto 78, pero a la vez que Mbappé, y ya con todo vendido. Cuando vio el cartelón, el extremo no dijo ni pío. Puso cara de nada, enfiló el camino al banquillo y, esta vez sí, saludó a su entrenador, a quien tres días antes no citó en su comunicado de perdón. Pareció la foto de una tregua más que de una reconciliación al final de una noche en paz. “Hizo un buen partido”, respondió lacónico el vasco, algo cansando de tanta pregunta sobre por qué el extremo tiró el penalti fallado cuando el primer lanzador es Kylian.Ya solo quedaba el Bernabéu por posicionarse en la brecha Vini-Xabi. Y la reacción de la grada fue un dejémoslo correr. Si acaso, algunos silbidos para el brasileño, aunque muy mínimos para el calado de la crisis que se desató tras los malos gestos del jugador por su sustitución en el clásico. Hubo algunos pitidos más cuando el extremo erró la pena máxima, pero sin más consecuencias. Si Xabi Alonso se esforzó en la previa en asegurar que para él todo había quedado resuelto, en un intento por rebajar el volumen, la masa no quiso llevarle la contraria. Lejos queda ya ese viejo Chamartín de piedra que lo fiscalizaba todo, temido por ajenos y propios, que tomaba partido a la menor y pedía cuentas por cualquier detalle. La lista de estrellas locales que lo han sufrido es muy extensa; sin embargo, el paisaje del estadio ha cambiado en las últimas décadas y se ha impuesto la mirada indulgente y amable sobre los suyos, salvo muy escasas excepciones. Por ejemplo, Tchouameni hace meses. Esta vez no fue el caso tras la pataleta del atacante con su jefe. La masa blanca resolvió que aquí no había pasado nada. Cuando se anunciaron las alineaciones, nadie se pudo enterar de qué opinaba el anfiteatro porque la música estaba a todo trapo. Y cuando le cayó la primera pelota al extremo, el silencio fue casi total. Aquellos con el oído más fino pudieron escuchar, en el peor de los casos para el jugador, a siete espectadores silbando, algo intrascendente.Sí se escucharon más después de fallar el penalti en el minuto 43, una mezcla de queja y fastidio por el error. Como hace un mes ante el Villarreal, Mbappé se lo cedió después de haber marcado (entonces Vini lo metió) y Xabi aseguró que el ejecutor era el francés. “Es Kylian el primer lanzador. Luego toman decisiones”, insistió este sábado. Evitó contestar, no obstante, a la pregunta de si está de acuerdo con la autogestión. “A mí me gustan que los marquen”, zanjó algo incómodo. Pero Vini no lo hizo.Aquello ocurrió al minuto de un episodio que trató de simbolizar la paz del empedrado. La grada de animación, controlada por el club, cantó a Xabi Alonso y, al instante, a Vini. Cuando lo hizo en favor del entrenador, nadie del campo se quejó. Pero cuando brotó la canción para el extremo, los aislados rescoldos del viejo Bernabéu hicieron sonar algunos silbidos. Aislados, en todo caso. Tras seis días de gran tensión por la gran rabieta de Vini, la velada transcurrió en silencio. El buen partido del Madrid también hizo lo suyo. Vini se mostró activo, forzó la primera parada de Agirrezabala, Copete le negó un remate franco y luego malgastó un penalti. En el 78 se marchó y no se quejó. El aclamado fue Mbappé.

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