Hay una postal de Tortosa que conviene verla en persona. En lugar de dirigirse al alojamiento nada más llegar para dejar las cosas, cambia todo si primero se hace una parada en el barrio de Ferrerías, en la margen derecha del Ebro. La fotografía es la siguiente: el río descansa tumbado y la Tortosa vieja, ya en la orilla, se despliega en cinco o seis alturas, no más, y muestra su cara en cinco o seis variaciones del ocre. Arriba del todo, en armonía con el resto de los edificios, despunta el castillo de la Zuda, sobre el que construyó el parador en 1976. Desde este hotel dominante –las vistas presagian todo lo que se va a ver después– se puede bajar andando a los Reales Colegios, renacentistas, donde se trataba de reeducar a los moriscos a base de tocino y vino en el siglo XVI. También queda cerca la inacabada catedral, de fachada barroca decorada con mármol, y las casas modernistas, como la Grego, prueba de un resurgimiento a finales del XIX de una burguesía ligada al comercio de aceite. Visitados los monumentos, si se sigue río abajo a lo largo de 30 kilómetros, se llega al delta del Ebro, un humedal tapizado por arrozales y 350 especies de pájaros que los sobrevuelan. Otra historia. Uno se olvida de que allí mismo está el mar.Dentro del parador
Dominio visual
El Ebro, a su paso por Tortosa, y el parador, en la parte más elevada, construido en nueva planta en 1976 sobre los restos del castillo de la Suda. La catedral, los Reales Colegios y las casas modernistas de principios del XX, principales atractivos de la ciudad, están a cinco minutos andando.
Dormir encastillado
La torre del homenaje y el casco antiguo de Tortosa a sus pies, con el Ebro como dominador del paisaje. El hotel cuenta con piscina, renovada este año y abierta desde el 20 de junio. El parador, dice Álvaro Ramos, su director, es un lugar de destino para aquellos que quieren dormir en un castillo, una fortaleza templaria en este caso.
A tumba abierta
Una clienta se detiene enfrente de un cementerio árabe al aire libre del siglo X, junto al parador. El arco, por el que se accede a la recepción y a la cafetería, es uno de los vestigios que quedan del castillo levantado en tiempos de Abderramán III. Se llama de la Zuda (pozo en árabe), una referencia al hoyo profundo que se construyó al convertirlo en alcazaba. En el interior se conserva una lápida del gobernador Abd Al-Salamb, que murió en 961.
Recogimiento y expansión
Una de las zonas comunes del hotel, que cuenta con 72 habitaciones y emplea a 50 personas. Existen salones para acoger celebraciones privadas y eventos de empresa. Dos de cada tres clientes son nacionales. Algunos extranjeros lo utilizan de escala en su recorrido por el Levante español. Es uno de los 26 paradores adaptados al cicloturismo.
También está rico fuera de Valencia
El comedor en el que se sirve el desayuno cuenta con vistas a la montaña. El restaurante, en un espacio amplio y versátil para adaptarse a celebraciones, sirve cocina regional. Destacan los arroces del delta del Ebro: triunfan los caldosos en invierno y los melosos en verano, como el tot pelat (todo pelado).
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El parador de Tortosa es un lugar de destino y de paso. Lo explica su director, Álvaro Ramos: “Hay quien viene por el placer de dormir en un castillo y hay clientes extranjeros que lo utilizan para realizar una parada cultural en su viaje hacia otras partes de España”. Todos los que lo eligen visitan la ciudad y el delta del Ebro. “Cultura, naturaleza y gastronomía”, tres palabras le bastan a Ramos para resumir los atractivos en el restaurante del parador, delante de un arroz tot pelat, todo pelado, para no entretenerse con las cáscaras. Algunos clientes, cuando les hablas del arroz, se preguntan extrañados si están en Valencia, cuenta el director. Y no, el arroz lo hay rico en todo el Levante. “Hacemos uno al horno, lleva panceta ibérica, es diferente”, se relame. “En invierno se piden muchos caldosos”, cuenta. Todos se elaboran con arroz del delta del Ebro, que fue introducido por agricultores valencianos, cierto, pero de eso hace ya 165 años. La paella de chorizo es un plato inglés; igual que en Chicago a la pizza empezaron a ponerle pepperoni cuando no era costumbre en Italia. Todo viaja. Todo se mezcla.Actividades para todos en un entorno natural.
Visitas culturales, turismo sostenible, dinamización del lugar… Cómo sacarle el máximo partido a la zona en la que se ubica el parador de Tortosa.
Si la primera impresión de Tortosa conviene captarla a orillas del Ebro, el tour por la ciudad debe comenzar en el parador. Oriol Segarra, director de Turismo del Ayuntamiento de Tortosa, se apuesta sobre la muralla que rodea al castillo para comenzar su alocución. “Esta ciudad no será capaz de recuperar nunca el esplendor económico, cultural y político que tuvo”, afirma sin lamentos, sino para recordar todos los periodos dominantes desde la antigüedad. Desde donde se ubica el parador ya se desplegaba un poblado íbero hace 2.500 años. En las inmediaciones se encuentran columnas romanas y un cementerio árabe, el único al descubierto en Cataluña. Tortosa siempre fue una frontera en disputa, un punto estratégico, también en la Guerra Civil, cuando 80 bombardeos arrasaron un tercio de la ciudad. Un refugio antiaéreo convertido en museo recrea aquellos momentos. Causa impresión, angustia el recorrer las galerías y escuchar las sirenas, tiene que ser así.Al fondo, la catedral de Santa María, un edificio gótico con la fachada barroca, que se abre a una explanada que da al río Ebro.Mònica Torres“Los ríos eran las grandes autopistas antes de la llegada del ferrocarril. Se quería tener el control del Ebro”, cuenta Segarra a los pies de esta balsa de tonalidad verdosa y con gran vegetación de ribera. Tortosa se encuentra entre dos meandros. Basta navegar unos cientos de metros a bordo de un barquito que ofrece excursiones de una hora para dejar atrás cualquier edificación y hallarse en medio de la naturaleza. La última época de tronío fue a finales del siglo XIX, cuando proliferaron familias dedicadas al comercio del aceite. Todavía es una región en la que abundan olivos y también cítricos. De aquellos años quedan las casas modernistas de estos comerciantes que exportaban a América, como la Casa Grego, la más representativa del arquitecto municipal Pau Monguió; o el también modernista mercado municipal, que Segarra insiste en recomendar por la vida que tiene desde las 8 de la mañana. “A veces se habla de Tortosa como de la quinta provincia de Cataluña”, dice el director de Turismo. Sus habitantes mencionan las Terres de l’Ebre como agrupación de cuatro comarcas más que Tarragona.
Paradores recomienda
Los pastissets son una especie de empanadilla hecha con harina, huevo y manteca de cerdo típica de aquí. Las servimos en el parador, el relleno puede ser de chocolate, cabello de ángel o confitura de naranja
Carlos Martín
Jefe de cocina 24 años en Paradores
A 20 minutos de la playa tenemos el Mont Caro (1.414 metros). Se puede empezar una caminata desde Els pous de la neu (los pozos de la nieve), donde se hacían agujeros en la montaña para conservar hielo y bajarlo a la ciudad
Vanesa González
Gobernanta 17 años en Paradores
Un pueblo bonito es Horta de Sant Joan, en el que Picasso vivió durante dos estancias y pintó sus paisajes, como la montaña de Santa Bárbara. Unas reproducciones de estas obras se muestran en el Centre Picasso d’Horta
Manuel Ordóñez
Recepcionista16 años en Paradores
Campos y campos de arroz y pájaros A los humedales como el delta del Ebro hay que darles tiempo, no es el sobrecogimiento instantáneo de la montaña o el embaucamiento del mar, parece que en ellos no sucede nada, como en el desierto, pero tienen grandiosidad, la vista llega lejos, la mirada puede ser interior. La guía de naturaleza Cristina Pérez está entusiasmada por ver al martín pescador desde el observatorio de Riet Vell: “De los más fotografiados y preferidos por los ornitólogos”, cuenta. “Siempre se sitúa en la misma rama”, anuncia para garantizar el premio. Pérez pide silencio al entrar –los prismáticos en una mano, la guía de aves en la otra–, pero en la caseta de madera ese día de junio ya había jaleo, tal vez alguien no pudo contener su excitación al ver a los gregarios y estables flamencos, que entablan amistades leales de por vida y mantienen relaciones longevas de apareamiento. El caso es que el martín pescador, el prometido pájaro azul y verde de 16 centímetros y de canto rápido y penetrante, no estaba en la rama que tenía que estar.Una bandada de flamencos, desde el observatorio de Riet Vell. Estas aves son rosadas porque se alimentan de crustáceos y algas que contienen carotenoides.Mònica TorresAl delta hay que volver porque muta con radicalidad en cada estación. Ahora que entra el verano está verde. La planta del arroz asoma por el agua. Ya en agosto se vuelve dorado el paisaje por la espiga, el grano está maduro, preparado para la recogida en septiembre. Las cosechadoras mueven el fango y aparecen los gusanos, alimento para las aves. Las bicicletas servían antaño para moverse por los campos con rapidez, “la llamaban la máquina, era como tener un coche bueno”, recuerda Pérez, que pasaba los veranos en una casita en el delta. Este medio de transporte hace que las visitas sean hoy más divertidas, hay chavales de la zona pedaleando con un chaleco amarillo para no perderse, familias. Se van trazando rutas de un observatorio a otro, los caminos son de tierra, se llega hasta la playa del Trabucador a tratar de hacerle fotos al sol cuando está naranja. Todo tiene más sentido.El punto del arroz La variedad del grano y su color (más marrón o más blanco) influyen en el tiempo de cocción, en la absorción del caldo. También la altitud. El agua hierve a 100 grados a nivel del mar. Según se va ascendiendo, entra en ebullición a una temperatura menor: en Ávila requiere tres minutos más al fuego que en la costa. En el molino Lo Nostre Arròs, dentro del delta, cuentan todo el proceso del arroz desde la siembra, realizan visitas guiadas por la fábrica y enseñan a cocinarlo. “Recibimos 3.000 personas al año”, dice Jordi Margarell, el propietario, quinta generación en este arte. “El arroz más moreno consume más caldo”, advierte. Los molinos pequeños tienden a dejarlo un poco más oscuro, no lo blanquean tanto, someten menos presión al grano, es más natural. Lo Nostre Arròs muele cuatro variedades: bomba (paella), marisma (caldoso), carnaroli (risotto) y hoshi (sushi). Con dos kilos de arroz con cáscara según se recolecta, se obtiene un kilo de grano para comercializar.Paisaje del delta del Ebro típico de junio, con los campos de arroz verdes y aves sobrevolando.Mònica TorresHay recetas en esta zona que llevan las aves que se observan y se cazan (en otoño) en el delta, como los patos, las fochas o la polla de agua. Le aportan mucho sabor, grasa también, son arroces untuosos, no es fácil que haya socarrat. —¿Cuál es tu preferido? —El de marisco, con mejillones, sepia. Hecho con caldo de pescado. Pero que no lleve tantas cosas. No quiero estar apartándolas todo el rato para poder comer arroz.Cataluña, en 8 paradores